Hacía tiempo que quería ir a Oulad Ali, así que me apunté al viaje de Karamú, y el día 27 de enero de 2011, después de más de 450 kilómetros de autopista y otros 200 kilómetros de carretera de montaña, recorridos ya de noche con lluvia y aguanieve, conseguí llegar a tiempo de cenar. Se trata de un pequeño pueblo bereber del Medio Atlas, al que actualmente sólo se puede acceder desde el Sur, por una estrecha carretera de montaña de unos quince kilómetros, que enlaza con la carretera que va desde Boulemane hasta Outat-Oulad-El-Haj, ya que la pista que permitía el acceso por el Norte del pueblo está impracticable en el puerto de montaña que comunicaba con la zona del Taferte. Ahmed me estaba esperando en la carretera, cerca de su casa, donde íbamos a alojarnos, aparqué el coche donde me indicó, y nos fuimos andando a la casa iluminados con una linterna, ¡menos mal que allí ya no estaba lloviendo! Al llegar me contaron que al día siguiente aún llegaría más gente, pero de momento éramos siete. La cena, magnífica, nos repuso de los estragos del viaje, y salimos a ver el cielo estrellado, que no todos los días está uno en el Medio Atlas para ver ese espectáculo, pero el frío de la noche pronto nos invitó a meternos dentro del saco y a dormir. A la mañana siguiente, día 20 de enero, nos levantamos tarde para lo que es habitual en la montaña, pero como teníamos tiempo de sobra, porque sólo íbamos a hacer una caminata relativamente corta y sin dificultades, nos lo tomamos con calma. Además, esperábamos a Alex, un francés que vive en Missour, y que llegó mientras desayunábamos. Como los dos que faltaban llegarían al mediodía o por la tarde, nos fuimos en coche unos quince kilómetros al Sur, y desde allí hicimos un recorrido circular por esta zona.
Cuando llegamos al cruce con la carretera de Boulemane a Outat-Oulad-El-Haj, seguimos un poco más por una pista hasta las primeras casas al Norte del valle, dejando los coches allí y continuando a pie a través del pueblo.
Dejamos atrás este núcleo de población atravesando los campos de cultivo que hay cerca del río, cruzando éste un poco más al Sureste.
Dimos un largo rodeo por el Sur del valle para aproximarnos a este aduar situado al Suroeste en una prominente atalaya rocosa que domina toda la zona.
Paseamos entre las casas de este privilegiado enclave parándonos para contemplar el fondo del valle y los aduares que hay en la otra orilla del río.
Avanzamos poco a poco hacia el Noroeste, entretenidos con el paisaje que se iba mostrando ante nosotros, parándonos de vez en cuando para hacer fotos.
Nos llamó la atención la gran variedad de formas de las casas, en particular algunas que aprovechan en su construcción los muros naturales de roca que conforman la ladera de la montaña.
Mirando al Nordeste podíamos seguir con la mirada el camino recorrido desde el lugar en el que habíamos dejado los coches hasta que cruzamos el río.
Esta vivienda situada en la parte más alta de la aldea tiene una especie de almena que sobresale del tejado, desde la que se podría controlar todo el valle.
Siguiendo hacia el Noroeste, dejamos atrás las casas y zonas de cultivo, y bajamos hasta el lecho del río, remontando su curso hasta llegar a una garganta que se iba haciendo cada vez más angosta.
Ahmed, nuestro anfitrión y guía, había elegido un recorrido fácil y relativamente corto, ya que en este viaje el plan era más excursionista y menos montañero que en otras ocasiones.
Aquí comenzaban los saltos de agua, el camino se convertía en un trepadero en el que había que mojarse, y se hacía difícil continuar río arriba.
Alex y Joaquín observaban a Ahmed desde más arriba, sin la menor intención de mojarse, pensando que ya había llegado la hora de darse la vuelta.
Visto el panorama, bajaron de su otero y comenzamos el regreso al valle para terminar el recorrido por el aduar situado al Noroeste.
Atravesamos también esta aldea, donde nos volvieron a llamar la atención la construcción de las casas y sus detalles decorativos típicos de los pueblos bereberes, recogimos nuestros vehículos y regresamos a Oulad Ali, a donde llegamos incluso un poco antes de que lo hicieran los compañeros que faltaban por llegar de Melilla.
El día 29 de enero, nada más levantarme salí a ver como había amanecido el día, descubriendo que otros llevaban un buen rato fuera, a pesar del frío de la mañana.
Alojados como estábamos en una de las casas del pueblo, sólo teníamos que salir a la puerta para ver el trajín habitual de los vecinos.
En casa de Ahmed también había actividad desde primera hora, y los más pequeños de la familia iban de un lado para otro escapando al control de los mayores.
Después de desayunar nos fuimos en los coches por la pista que sale del pueblo en dirección Norte, y tras recorrer unos pocos kilómetros, aparcamos en un llano y empezamos un recorrido circular a pie por los aduares que se agrupan alrededor de una garganta creada por el río en esa zona.
Empezamos por el aduar situado más al Sureste, avanzando en dirección Noroeste, siguiendo caminos de mulas que comunican unas aldeas con otras.
En un terreno angosto, donde el río casi queda encajonado entre montañas, los lugareños han sabido aprovechar el poco terreno disponible en armonía con la naturaleza.
Para poder cultivar en las laderas de las montañas han salvado los grandes desniveles construyendo bancales y canalizando el agua mediante acequias.
Nosotros seguimos andando por los caminos de mulas, entre esos bancales y acequias, de un aduar a otro, y rodeados de montañas.
Al acercarnos a la parte más estrecha del río pudimos ver en el aduar de enfrente como las casas se asientan escalonadamente sobre la roca, y como los bancales aprovechan hasta el último resquicio de terreno útil.
De lejos apenas se nota la acción de la mano del hombre sobre la montaña, perfectamente adaptada y mimetizada con el terreno.
No dejamos de sorprendernos durante todo el recorrido con el extraordinario trabajo que los lugareños han hecho a lo largo de muchos años para poder obtener su sustento de estas tierras.
El paisaje conformado por las montañas, los aduares y los bancales es absolutamente impresionante, pero además está vivo y en permanente actividad.
Al llegar a esta cascada situada más o menos a mitad del recorrido decidimos parar a comer algo, descansar un rato y algunos hasta se mojaron los pies, pero ninguno se atrevió a bañarse.
Habíamos descendido hasta el lecho del río, la parte más baja de nuestro recorrido, y cruzamos a la otra orilla para continuar la ruta por los aduares.
Empezamos nuestro camino de vuelta remontando la ladera de la montaña en dirección a la siguiente aldea, entretenidos como siempre con el paisaje que nos rodeaba.
El sendero serpenteaba entre los bancales construidos por los antiguos habitantes de la zona, y perfectamente mantenidos por los actuales, en torno a la estrecha garganta formada por el río durante siglos de erosión.
El siguiente aduar se iba mostrando ante nosotros igual que los anteriores, primero de forma difusa y camuflada con el paisaje, definiéndose luego, a medida que nos acercábamos a él.
Los recodos del camino permitían ver de vez en cuando el detalle de algunos grupos de casas levantadas de forma escalonada sobre la roca.
Atravesando los aduares también pudimos ver los detalles de una construcción mixta en la que se combina la utilización de la piedra en la parte baja de las casas y el adobe en la parte alta.
Algunas fachadas muestran los típicos motivos decorativos bereberes remarcados con pinturas de colores vivos, como ésta que encontramos a la salida de un pasadizo bajo otras casas.
En esta orilla del río los aduares están más escalonados que en la otra, porque la pendiente de la ladera también es mayor, y da lugar a construcciones que semejan auténticas fortalezas inexpugnables.
En este otro grupo de casas se puede observar como se han construido sobre la roca, como se han aprovechado los huecos, y como se combina la utilización de la piedra y el adobe.
Bajamos de nuevo al río para cruzarlo y regresar a donde teníamos los vehículos, pasando por el último aduar de nuestro recorrido.
Desde aquí aún estuvimos un rato echando la vista atrás para contemplar una vez más el conjunto de aduares agrupados alrededor de la garganta que forma el río en esa zona que acabábamos de recorrer.
De vuelta en Oulad Ali, aprovechamos la última hora de luz para recorrer también el pueblo de Ahmed, aunque algunos ya se habían dado una vuelta al amanecer.
Después de una hora de paseo explorando Oulad Ali y visitando un molino, volvimos a casa de Ahmed, donde terminamos un día estupendo disfrutando alrededor de una cena magnífica.
Al amanecer del día 30 de enero, el cielo amenazaba lluvia, que empezó a caer al mediodía, ya en el camino de vuelta, pero antes aún tuvimos tiempo de despedirnos largamente agradeciéndole a Ahmed y su familia la hospitalidad que nos habían ofrecido durante nuestra estancia en su casa.