viernes, 31 de agosto de 2012

Viaje a Senegal

Con la dejadez propia de quien va de vacaciones a Senegal con la misma despreocupación que si fuera a Benidorm, los acontecimientos se precipitaron, y el día 3 de agosto de 2012, a las 15.00 horas, estábamos pasando la frontera del Tarajal hacia Marruecos. La noche anterior habían llegado Pepe y Faly desde Córdoba, con tiempo de cenar con fundamento en Casa Ángel, pero aún así, en prevención de las penalidades del viajero que va a cruzar el Sáhara en el mes de Ramadán, compramos algunas provisiones en Ceuta antes de partir. Íbamos bastante ligeros de equipaje, pero suficientemente preparados para afrontar un viaje que no era nuevo para ninguno de nosotros. Así que, casi sin darnos cuenta, al anochecer estábamos entrando en El Jadida, atravesando la brumosa avenida que conducía al centro de la ciudad, fantasmagórica en esos momentos, ya que no se veía ni un alma. Todo el mundo estaba rompiendo el ayuno, y en el Hotel Ibis Budget también. Esperamos un rato a que nos atendieran, nos quedamos con una habitación triple, dejamos nuestros bártulos y nos dirigimos al centro de la ciudad por el paseo marítimo en busca de un lugar para cenar. Poco a poco empezaba a recuperarse el ajetreo urbano, y pronto encontramos un pequeño restaurante, donde dimos cuenta de una reconfortante harira, ensalada marroquí y pollo asado.


Después fuimos a comprar pastas para el té, que nos tomamos en uno de los múltiples chiringuitos del paseo marítimo. Las mesas y sillas estaban sobre la misma arena de la playa, antes desierta y un par de horas después absolutamente llena de gente.


Nos retiramos a medianoche, hora local, pero dos horas más en España, una diferencia con la que nos engañaríamos a nosotros mismos durante todo el viaje.


El día 4 de agosto, nos levantamos tarde, pero en realidad era temprano por la diferencia horaria, así que nos fuimos a dar una vuelta por la playa antes de desayunar. Luego, recorrimos la Cité Portugaise, o Mazagán, como la llamaron los portugueses al fundarla a principios del siglo XVI en el emplazamiento de una antigua fortaleza almohade, que alberga algunos rincones merecedores de la atención del viajero con inquietudes históricas. A medio camino de la calle principal se ubica la Citerne Portugaise, un ejemplo destacado de arquitectura e ingeniería que tenía por objeto la canalización y depósito del agua de lluvia, que ha resistido bien el paso de los años y sigue siendo funcional, pero lo que atrae al visitante es el hermoso efecto creado por la luz que entra por su claraboya central, al reflejar la techumbre de arcos góticos y sus veinticinco pilares en el agua que cubre parcialmente el suelo, plasmado en el cine por Orson Welles en su película Othello, como decorado de un hammam.




Un paseo por las murallas desde la fortaleza hasta el bastión St. Antoine, pasando por el bastión St. Sebastián, donde hay una sencilla sinagoga antigua, permite disfrutar de unas vistas excepcionales de la ciudad.




De nuevo a nivel del suelo, observamos con pena el elevado grado de deterioro de algunos edificios abandonados, y salimos de las murallas de Mazagán pasando ante la Gran Mezquita, que en otro tiempo fue un faro, y la antigua iglesia de la Asunción.



Al mediodía partimos en dirección a Safi, con la intención de visitar también la antigua fortaleza portuguesa de esta ciudad, pero no fue sencillo. Tras una breve parada en Oualidia, llegamos a Safi a la hora de comer, así que antes de entrar en la ciudad paramos a las afueras en un lugar que nos pareció discreto, para no incomodar demasiado a la población local que ayuna en Ramadán, y que además, por estar elevado nos proporcionaba unas excelentes vistas de toda la ciudad. Luego, nos dirigimos hacia el puerto, pero entre las obras y la falta de señalización, nos despistamos y acabamos en el barrio de los ceramistas.




Después de contemplar el proceso de creación de una pieza de cerámica de principio a fin, con ejemplo práctico realizado por Faly, quien no pudo resistirse a realizar las primeras compras del viaje, visitamos el Museo de la Cerámica, donde se guardan piezas de diferentes épocas históricas.




De nuevo en el coche, volvimos a intentar llegar al Chateau de Mer o Qasr al-Bahr, la impresionante fortaleza erigida por los portugueses en el siglo XVI, que finalmente encontramos... cerrada.


A media tarde, dejamos Safi en dirección a Essaouira. Desde un mirador a la entrada de la ciudad, contemplamos el atardecer y algunos halcones de Eleonora, de los que habitan en la cercana isla de Mogador. Cuando llegamos al aparcamiento al lado de las murallas aún no teníamos decidido si quedarnos a dormir en Essaouira o continuar hasta Agadir, pero el guardián del lugar se ofreció a indicarnos algún alojamiento, y tras rechazar dos hoteles en la medina que no nos interesaron, nos ofreció una casa en un barrio cercano a las murallas, donde finalmente nos quedaríamos a dormir. Antes fuimos a cenar a la medina, donde unos cordobeses exagerados decían que hacía frío... ¡Una leve brisa marina al caer la noche y ya estaban con el forro polar!


El día 5 de agosto nos levantamos con el sol y salimos en dirección a Agadir. La carretera bordea la costa por las últimas estribaciones del Atlas, atravesando las tierras por donde crece el argán y abundan los rebaños de cabras que se alimentan de su fruto. Paramos a desayunar a la sombra de unos árboles y luego volvimos a parar en Agadir para tomar un café en el paseo marítimo. A pesar de ser un lugar muy turístico, se notaba el Ramadán, y quizás también la crisis, porque solo estábamos por allí unos pocos extranjeros, muy pocos para lo que es habitual. Ya casi era mediodía y aún nos quedaban muchos kilómetros hasta El Aaiún, así que nos pusimos en marcha, dejando atrás Tiznit, el puerto de montaña de Tizi-Mighert que atraviesa el Anti-Atlas, y Guelmin, llegando a Tan-Tan a media tarde. Allí encontramos el primero de los muchos controles de la gendarmería repartidos por el Sahara Occidental, por los que pasamos con rapidez gracias a las fichas que llevábamos preparadas con nuestros datos personales y los del vehículo. Seguimos nuestra ruta hasta cruzar el puente sobre el río Chebeika, y paramos en un promontorio para ver unas panorámicas de su desembocadura.




Un poco más adelante volvimos a hacer una breve parada en otro mirador, esta vez en la desembocadura del río Ez Zehar, donde también se pueden admirar unas magníficas vistas.



Y de nuevo hicimos un alto a la entrada de Sidi-Akhfennir para observar un enorme agujero provocado por el hundimiento del terreno al ser socavado por la continua erosión del agua del mar. Luego repostamos en el pueblo, aprovechando ya la reducción del veinticinco por ciento en el precio del combustible, que el gobierno marroquí aplica a partir de ahí, y en todo el territorio del Sahara Occidental bajo su control.


Continuamos hacia Tarfaya, donde no paramos porque ya estaba anocheciendo y queríamos llegar a El Aaiún con tiempo para buscar alojamiento, pero al llegar al control policial del Río de Oro, era justo la hora de ruptura del ayuno y el jefe de puesto se había ido a comer a su casa, así que tuvimos que esperar una hora a que regresara. Allí nos dimos cuenta de que la profesión de joyero no es adecuada para viajar por el Sahara Occidental. En las fichas de control de Pepe y Faly constaba esa profesión y a los policías les pareció sospechosa, así que nos hicieron esperar al jefe para interrogarles acerca de sus intenciones en tierras saharauis. En cuanto se quedó convencido de que no traíamos un cargamento de oro para el Frente Polisario y que solo éramos unos "putos turistas de mierda" nos dejó pasar. Una vez en El Aaiún, enseguida encontramos hotel, que resultó ser el mismo donde ya nos habíamos alojado en diferentes ocasiones tanto Pepe y Faly como yo. Nos fuimos a cenar, y luego a dar una vuelta por la Place du Mechouar, antes de retirarnos a dormir.


El día 6 de agosto volvimos a levantarnos con el sol. Nuestro objetivo del día era llegar al Complexe Barbas, cerca de la frontera con Mauritania, un montón de kilómetros, más de setecientos, y un recorrido bastante monótono. Tras dejar la capital del Sahara Occidental, paramos un momento en El Marsa. La cinta transportadora de fosfatos, que recorre más de cien kilómetros por el desierto, desde las minas de Bou Craa hasta el puerto del Marsa, tiene un atractivo especial que incita a ver como se pierde en el horizonte.



Continuamos hacia Bojador, a donde llegamos al mediodía. Atravesamos el pueblo tranquilamente y al llegar al control de la gendarmería al sur de la ciudad, el gendarme observó nuestras fichas y nos pidió un regalo, algo relativamente habitual. Lo que ya no es habitual es que el individuo se pusiera pesado e insistente concretando su petición en unas monedas, obsequiándonos además con un discurso sobre la buena vecindad hispano-marroquí y que la costumbre de los españoles de ir a comer el pescado barato de Marruecos tenía que compensarse de alguna manera con un regalo de agradecimiento al gendarme de turno del puesto al Sur de Bojador. Como no le dábamos nada y venían más coches, finalmente nos deseó buen viaje, indicándonos que nos largáramos de allí como si le estuviéramos haciendo perder su precioso tiempo, y nos fuimos sin perder un segundo. Más tarde paramos a comer algo cerca de Echtoucan, seguimos hasta el cruce con la carretera que va a Dakhla, pasamos el control de la gendarmería, y avanzamos unos kilómetros más, hasta llegar a la altura de la señal indicadora del lugar por el que pasa la línea del trópico de cáncer, donde volvimos a detenernos un rato. Después, pasamos el golfo de Cintra, y al atardecer llegamos al Complexe Barbas. Ahora el hotel tiene mejores servicios y es más caro, pero vale la pena sabiendo lo que te puede esperar al día siguiente en la frontera. Como llegamos pronto pudimos echarnos una siesta, bajar a cenar, utilizar la WIFI del hotel para ponernos al día sobre la "prima de riesgo" y otros "familiares" de la crisis, y acostarnos temprano para estar bien descansados al día siguiente, en que teníamos que pasar la frontera hacia Mauritania.



El día 7 de agosto podía ser un gran día o un gran coñazo. Tocó lo segundo. Seguimos con nuestra costumbre de levantarnos con las primeras luces del día, desayunamos tranquilamente y partimos hacia la frontera una hora antes de que abriera. Recorrimos los casi cien kilómetros que nos separaban y al llegar había una cola bastante grande. Luego la apertura de la valla se retrasó casi una hora y empezamos a avanzar lentamente, muy lentamente. Al mediodía llegamos a la frontera marroquí. Tardamos dos horas y media en pasar todos los trámites y controles, cruzamos la tierra de nadie, y empleamos otra hora y media en el papeleo de la parte mauritana, donde parece que la costumbre de querer cobrar por trámites gratuitos ha desaparecido, aunque en su lugar han creado una tasa turística, que se encarga de cobrar un funcionario ubicado en un contenedor, y que a cambio del pago del impuesto nos obsequia con publicidad de los destinos de interés turístico del país, todo muy amable y servicial, recalcando la importancia que la República Islámica de Mauritania da a la seguridad de los turistas que la visitan. Cuando pudimos irnos ya era media tarde, así que no teníamos mejor opción que ir directamente a Nouakchott, porque si nos entreteníamos demasiado se nos haría de noche. No obstante, aunque no teníamos tiempo de ir al Cabo Tafarit a darnos un baño, por lo menos paramos al lado de una duna para hacer un poco el cabra.


Al anochecer estábamos entrando en Nouakchott, pero aún íbamos a dar muchas vueltas antes de irnos a dormir. Primero nos dirigimos a la Maison d'hôtes Jeloua, un alojamiento que ya conocía, con una muy buena relación calidad-precio, pero estaba lleno. En la misma puerta, un mauritano interesado en comprar mi Toyota Land Cruiser se ofreció amablemente a indicarnos un alojamiento similar en las cercanías. Le seguimos y efectivamente el lugar al que nos guió estaba cerca, tenía muy buen aspecto, pero... estaba lleno. El recepcionista nos dijo que había una convención en la ciudad sobre un tema relacionado con la minería y la ocupación de los hoteles era mayor de lo habitual. Luego fuimos a otro hotel conocido, El Amane, y allí nos encontramos a Antonio Ortega, el culpable de habernos enredado a nosotros y otros muchos en estos viajes africanos, que estaba allí alojado. Tras los saludos y presentaciones de sus acompañantes de estas vacaciones, entramos a preguntar el precio de las habitaciones, y a la vista de que no había ninguna triple disponible y de que el precio de dos habitaciones me pareció muy caro para lo que ofrece, aún con alguna rebaja, convencí a Pepe y Faly de buscar un poco más, así que empezamos por seguir unas indicaciones de Antonio que nos llevaron a un sitio donde el hotel que hubo ya no está, luego a otro muy caro, y a otro menos caro pero demasiado, donde una empleada nos llevó a una casa que alquilaban y que no ofrecía más que olores a fosa séptica a un precio exagerado. Finalmente volvimos a la entrada de la ciudad, al Auberge du Sahara, otro viejo conocido, muy simple, pero barato, limpio y con habitaciones disponibles. Se nos había hecho muy tarde, pero pudimos cenar en el Fast Food Mama Africa, que está justo enfrente. Parece... bueno... es bastante cutre, con cuatro mesas y algunas sillas puestas en la gravilla al borde de la carretera, y una carta compuesta de pollo o pescado aderezados con la misma salsa y acompañados de ensalada y patatas fritas, pero la cocinera camerunesa que los preparaba en una parrilla allí mismo, consiguió con sus escasos medios, hacernos tres platos muy sabrosos, que nos dejaron plenamente satisfechos.



El día 8 de agosto, nos levantamos algo más tarde para ajustarnos al horario local y poder desayunar en nuestro alojamiento. Al terminar partimos hacia Rosso entre el tumultuoso tráfico de la capital, algo que a Pepe, que conducía en ese momento, no le hacía mucha gracia. A mitad de camino hicimos alguna parada para contemplar una vez más las tonalidades de la arena del Sáhara, que ya íbamos a dejar atrás.




Más tarde, al llegar al control de la policía en las afueras de Rosso, entregamos las fichas habituales, nos preguntaron a donde íbamos y al saber que queríamos cruzar a Senegal por la presa de Diama, un individuo que decía ser el jefe, aunque no llevaba uniforme, nos dijo que si queríamos ir por Diama teníamos que hacer el seguro del coche para Senegal antes de entrar en la pista. A nuestro entender no había ninguna razón para hacer el seguro antes de llegar a la frontera, pero el tipo se empeño en que él era el que autorizaba el paso por la pista y que si queríamos pasar teníamos que hacernos el seguro allí mismo. A la vista de que si no nos dejaba ir por la pista tendríamos que cruzar por Rosso, pregunté el precio del seguro, me pareció correcto según lo que había pagado en ocasiones anteriores, y pasamos por el aro de hacer el seguro allí, aunque era evidente que el policía estaba compinchado con el de la agencia de seguros. Aún así, resultó que la oficina de seguros no estaba al lado del control, así que me subí en el coche del policía de paisano, un Mazda 323 destartalado, mientras Pepe y Faly me seguían en mi coche durante unos dos o tres kilómetros, hasta llegar a donde estaba la oficina del compinche, que preparó el seguro en un momento, lo pagamos, y nos fuimos escoltados por el policía hasta la caseta del puesto de control que hay casi en la entrada de la pista de Diama. Nos indicó que siguiéramos la pista más marcada, ofreciéndonos el servicio de un guía a cambio de un regalo por sus servicios. Harto ya de él, le dije que ya conocía el camino, que no había regalo, y continuamos la marcha. Desgraciadamente, este pequeño incidente no fue más que un anuncio de que la picaresca que antes parecía concentrarse en Rosso, ahora se ha extendido a Diama, pero de momento era mediodía y disfrutábamos del agradable recorrido por la pista, acercándonos al Parque Nacional Diawling.



A pesar de que aún era media tarde y podríamos haber dedicado dos o tres horas a recorrer los senderos del Parque Nacional Diawling con tranquilidad, el horario de cierre del puesto fronterizo, adelantado por el Ramadán, nos hizo ser precavidos y dirigirnos directamente a Diama. Pasamos los controles de salida de Mauritania con cierta prisa, pagando cuatro mil ouguiyas en cada uno por unos trámites que eran gratuitos, en total unos treinta euros al cambio, que se repartieron entre gendarmería, aduana y policía. Por si fuera poco, en el puente nos encontramos a los acompañantes de Antonio Ortega, discutiendo acaloradamente con el encargado de la barrera, sobre si había que pagar o no por cruzar el puente, en el único sitio en el que sí hay que pagar y además te dan recibo. Antonio había regresado precipitadamente al hotel de Nouakchott para recuperar su pasaporte allí olvidado, y les había dicho que en la frontera no había que pagar nada excepto el passavant para el coche en la aduana de entrada a Senegal. Tratamos de aclarar las cosas y agilizar el paso, lo que no resultó facil, porque la tasa por cruzar el puente en época de lluvias es más del doble que en el resto del año, pero allí tenía el encargado un papel oficial bastante convincente especificando las tarifas por tipo de vehículo y época del año, así que pagamos diez mil francos cefa por vehículo y continuamos hasta el control de entrada de Senegal. Allí sellamos los pasaportes, pasamos a la aduana, en mi caso con un vehículo de menos de ocho años, y dado que queríamos permanecer en Senegal entre diez y quince días, nos dicen que como no tenemos carnet de passage o ATA, nos conceden un passavant por dos días, ampliable por una semana o quince días en las oficinas de aduanas de Saint-Louis o de Dakar, a cambio de la considerable cifra de ciento quince euros, innegociable y sin recibo. En el caso de los vehículos más viejos el precio era más del doble. Tras intentar negociar durante un buen rato con el jefe de puesto, sin éxito, éste dijo que era hora de cerrar y que se iba a la oficina de Saint-Louis, que si queríamos el passavant por dos días que lo tomáramos y nos fuéramos, y si queríamos más días, que le acompañásemos a Saint-Louis y que nos tramitaba la ampliación a cambio del precio indicado. Los acompañantes de Antonio decidieron quedarse allí a esperarlo, aunque tuviesen que dormir en la frontera, excepto uno de los coches, el único con menos de ocho años, que pasó con el passavant por dos días, y nosotros seguimos al aduanero, que iba en su coche a toda velocidad, para conseguir nuestro permiso de circulación por Senegal durante quince días. Llegamos a la oficina de aduanas de Saint-Louis justo cuando estaba cerrando, nos preparó el permiso, y cuando le insistimos en que queríamos un recibo, amenazó con destruir el permiso haciendo ademanes de sentirse ofendido, y de que le estábamos haciendo perder el tiempo, pero conseguimos reconducir la situación, nos quedamos con el permiso, pagamos, y medio satisfecho con nuestras explicaciones, escribió de su puño y letra "115 euros" y puso su firma en el sobre donde llevaba la documentación del vehículo. Había llegado el momento de tomar una gran cerveza bien fría y recuperar la tranquilidad propia de las vacaciones. Estábamos al lado del hotel La Louisiana, y allí mismo nos quedamos, organizamos un poco el equipaje y nos plantamos en la terraza del restaurante al borde del río Senegal, disfrutando por fin de unas cervezas.



Al rato aparecen los compañeros de viaje de Antonio, que venían en el otro coche que pasó la frontera con nosotros, y que se habían alojado también en el mismo hotel. Nos contamos un poco nuestros planes de viaje, ellos continuaban viaje hacia Mali y Burkina Faso con el resto del grupo de Antonio y hacían muchos kilómetros por pista, mientras nosotros íbamos en un solo coche procurando evitar complicaciones y queríamos recorrer todo Senegal. Luego, fuimos a dar una vuelta por la ciudad, que es patrimonio de la humanidad, y cenamos en el restaurante Flamingo, al lado del Hotel de la Poste, donde coincidimos con otros acompañantes de Antonio que también habían preferido pasar la frontera y esperar a que regresara de Nouakchott en un sitio más confortable. El final del día resultó muy agradable, con una cena estupenda al borde del río Senegal, justo al lado del puente Faidherbe, y un paseo nocturno de regreso al hotel.


El día 9 de agosto había llegado, y conforme a lo previsto teníamos que encontrarnos con nuestros amigos en Thiès, de donde apenas nos separaban unos 250 kilómetros, ya que íbamos a quedarnos unos días en casa de Lat. Nos levantamos un poco más tarde de lo que había sido habitual hasta entonces, desayunamos en el hotel, y nos acercamos a Guet N'Dar, en la península de la Langue de Barbarie, para dar una vuelta por el puerto pesquero. Estuvimos por allí hasta el mediodía, curioseando entre la gente y viendo el ajetreo de los cayucos. Al pasar por el mercado, a Faly no se le ocurrió nada mejor que intentar comprar un mango exhibiendo un billete de diez mil francos cefa (unos quince euros). No tenía cambio la criatura, ni la vendedora tampoco, por supuesto. Finalmente pagamos doscientos francos cefa (unos 30 céntimos de euro), muy caro, pero para quien acostumbra a pagar en España hasta diez veces más de lo que vale en Senegal, aún parecía muy barato. Regresamos al centro de Saint-Louis, cruzamos el puente Faidherbe y en la circunvalación de Saint-Louis nos cruzamos con los coches de Antonio Ortega y de los acompañantes que se habían quedado a dormir en la frontera. Por fin habían solucionado sus problemas y podían continuar viaje. Nosotros también seguimos con nuestros planes en un par de horas ya estábamos entrando en Thiès. Lat me había dado unas sencillas indicaciones para encontrar su casa, así que una vez situados en el barrio, empezamos a preguntar y por dos veces estuvimos en la puerta de la casa, pero como no se parecía en nada a la foto que nos había envíado en un correo electrónico, ni siquiera tocamos a la puerta. Así que lo llamamos por teléfono y, como estaba en Dakar, nos dijo que iba a localizar a algún familiar que nos fuese a recoger a donde estábamos.  Finalmente, nos recogió Samba y nos llevó a otro barrio en la otra punta de la ciudad, y allí estaban Yolanda, Noemi y los niños de ambas, en la casa de la foto. Mientras nos acomodábamos nos enteramos de que Chelo y su hijo llegaban por la noche, y que Lat y Xavi estaban en Dakar liados con el papeleo del coche que habían traído de Vitoria hacía una semana con intención de dejarlo en Senegal. Por la tarde, fuimos todos a casa de los padres de Lat, la misma en cuya puerta habíamos estado dos veces aquella mañana. Cuando llegó Lat de Dakar y le contamos la historia de nuestras pesquisas para encontrar la casa se hartó de reir. El día no dio para más. Con Lat, llegaron también Xabi, Chelo y Jorge, y la primera lluvia monzónica del viaje. El regreso a la casa de Lat, atravesando las calles inundadas del centro de Thiès fue memorable.


El día 10 de agosto nos levantamos tarde. Algunos, muy tarde. Yolanda y yo fuimos a comprar algunas cosas para el desayuno, y a la vuelta aún había gente durmiendo. Fue un día de descanso, hasta cierto punto,  porque por la tarde fuimos a un bautizo en casa de los padres de Lat, que parecía el camarote de los hermanos Marx, de tanta gente que había. Entre presentaciones, fotos, cena, y cotilleos sobre lo guapas que estaban las mujeres senegalesas, se nos hizo muy tarde, y al final nos acostamos a las tantas de la noche.





El día 11 de agosto fue muy ajetreado. Habíamos decidido ir todos juntos a la Reserva de Bandia en plan safari, así que nos fuimos levantando unos detrás de otros, movilizando a los niños y desayunando para poder salir a media mañana. Como quedaba cerca de Thiès, llegamos al mediodía, y en unos minutos estábamos haciendo un safari fotográfico, en un vehículo todoterreno adaptado a tal fin, acompañados de una guía que hablaba español, y recorriendo los caminos de la reserva en busca de animales.


























Después del safari, que duró algo más de un par de horas, en las que sólo nos faltó ver a los esquivos rinocerontes, nos fuimos a comer al restaurante, al lado del lago de los cocodrilos, rodeados de árboles desde nos observaban los monos y algunos pájaros de vivos colores. Si la visita a la reserva había superado todas nuestras expectativas hasta el momento, el restaurante estuvo a la misma altura, no solo por la comida sino también por la amabilidad del personal y por el magnífico entorno.













A media tarde dejamos Bandia y nos fuimos a la playa, a la zona turística de Saly Portudal, para disfrutar de las cálidas aguas del Océano Atlántico en esas latitudes tropicales. Como estábamos a menos de una hora de Thiès, aprovechamos la playa hasta el anochecer, dimos una vuelta por medio de las urbanizaciones y regresamos ya de noche.



El día 12 de agosto, domingo, nuestro principal objetivo era visitar la Isla de Gorée. Como Lat, Yolanda y sus hijos ya habían estado allí varias, se quedaron en Thiès haciendo vida social con su familia senegalesa, mientras los demás disfrutamos de nuestro incansable frenesí viajero. Salimos temprano para visitar el monasterio de Keur Moussa, porque los domingos a las diez de la mañana hay misa cantada, y era una oportunidad única de escuchar como los monjes acompañan los oficios religiosos con una asombrosa mezcla de música africana y canto gregoriano, a veces interpretado en lengua wolof.



Tras la visita a Keur Moussa, nos dirigimos a Dakar para tomar el ferry que va a la isla de Gorée, a donde llegamos a la hora de comer. Después de pagar la tasa turística en la oficina que está en el mismo puerto, y a la vista del calor que hacía, incrementado por lo pesados que estaban resultando todos los buscavidas que nos ofrecían sus servicios de forma insistente, decidimos posponer el recorrido por la isla y sentarnos tranquilamente a comer en un restaurante del puerto.




Despúes de haber repuesto nuestras energías, nos desperdigamos por la isla, unos buscando buenas vistas desde el castillo en la parte alta, y otros curioseando por los múltiples puestos de artesanía. Al final terminamos todos en la Maison des Esclaves, construída a finales del siglo XVIII, por alguno de los comerciantes holandeses que se instalaron en la isla en esa época. Tiene dos plantas, el piso superior en el que vivía o trabajaba el comerciante y la planta baja en la que guardaba su mercancía, que en este caso eran esclavos. Tras curiosear un poco por los oscuros habitáculos del bajo es fácil imaginar el sufrimiento y los horrores padecidos por millones de personas africanas, que fueron objeto del comercio trasatlántico de esclavos durante varios siglos.






A media tarde tomamos el barco de vuelta a Dakar, y sin perder tiempo fuimos hasta el puerto de Kayar, donde vimos anochecer mientras paseábamos por la playa, mezclándonos entre los pescadores que estaban preparando los aparejos o descargando la pesca de los cayucos, y los niños que estaban jugando a ser mayores. Luego compramos algún pescado para la cena y regresamos a Thiès.





El día 13 de agosto, fui con Lat al mercado de Thiès para hacer unas compras, y después de comer partimos todos hacia Joal-Fadiout, a donde llegamos en un par de horas, y nos pusimos a buscar alojamiento. No nos costó mucho decidirnos, así que dejamos la cena encargada y nos fuimos a recorrer la isla Fadiout atravesando el largo puente de madera que la une a Joal. Al llegar, lo primero que llama la atención es que todo el suelo de la isla está cubierto de conchas de moluscos, y que allí conviven en harmonía y orgullosos de su tolerancia religiosa las dos comunidades cristiana y musulmana.






Otro puente de madera une Fadiout con otra pequeña isla que es toda ella un cementerio, compartido también por musulmanes y cristianos. Es un lugar idílico. Paseando al atardecer por sus caminos de conchas blancas, entre algunos baobabs centenarios, no puedo imaginar un lugar mejor para descansar eternamente.







Al anochecer dejamos Fadiout observando como el cielo se cubría de nubes amenazadoras, y nos dimos prisa por llegar al hotel antes de que descargara la lluvia. Llegamos justo a tiempo, porque además era la hora de cenar, pero no nos libramos de la lluvia. Al rato se levantó viento y empezó a llover con tal intensidad, que tuvimos que cambiar las mesas de sitio para no terminar empapados. Terminamos de cenar y la lluvia monzónica continuaba, así que en un momento que pareció que había amainado un poco salimos corriendo hacia nuestras habitaciones para dormir.




El día 14 de agosto nos levantamos sin que la lluvia hubiese remitido del todo. Bajamos a desayunar al restaurante del hotel y luego nos fuimos en dirección a Mbour, pero en las afueras de Joal-Fadiout, nos desviamos por una pista que sale de esta carretera en dirección a Tiadiaye, en la carretera de Kaolack. Queríamos ir a ver el que está considerado como el baobab más grande y más antiguo de Senegal, pero para ello teníamos que recorrer unos veinte kilómetros de pista con tramos bastante embarrados, a consecuencia de la lluvia caída durante la noche anterior. Fuimos dejando atrás algunos baobabs admirables, hasta que encontramos uno verdaderamente enorme, que cobijaba unos puestos de artesanía local. Ése era el que buscábamos.







Después de pasar un buen rato admirando el baobab gigante, entretenidos con las historias que nos contaban los vendedores de artesanía, regresamos por donde habíamos venido hasta retomar la carretera principal en dirección a Mbour.


En Mbour Faly, Pepe y yo nos despedimos de los demás y continuamos nuestro recorrido por Senegal, mientras ellos se quedaban unos días más en Thiès. Salimos de Mbour, tomamos la carretera en dirección a Kaolack, y allí nos desviamos hacia Toubakouta, la población más al Sur del Delta Siné-Saloum, muy cerca de la frontera con Gambia. A medida que nos acercábamos de nuevo a la costa, también lo hacíamos hacia la lluvia.


Entramos por los caminos de tierra de Toubakouta justo cuando descargaba un fuerte chaparrón. Buscamos  un alojamiento conocido como Keur Bamboung, que se encuentra en medio del manglar, y al que sólo se puede acceder en piragua, pero tras encontrar la oficina de recepción en el pueblo resultó que estaba lleno, así que nos conformamos con Keur Thierry, donde el encargado nos informó de que también allí organizaban excursiones en piragua por el manglar, pero que no iba a ser posible el próximo día porque iba a seguir lloviendo a mares. Ante esas perspectivas, decidimos que al menos podríamos dar un paseo por los alrededores, pero como seguía lloviendo, lo hicimos en el coche, paramos a sacar algunas fotos, y volvimos al hotel para cenar.








El día 15 de agosto seguía lloviendo de forma intermitente, así que desayunamos y nos fuimos a Ziguinchor, sin entrar en Gambia, sino rodeándola completamente. Primero regresamos a Kaolack y desde allí continuamos hacia Tambacounda. Esta primera parte del recorrido la hicimos por carreteras en buen estado, en las que solo hicimos breves paradas para repostar, comprar pan y observar a un grupo de buitres que estaban devorando los restos de una vaca casi al borde de la carretera. De esta manera llegamos a Tambacounda a la hora de comer, pero Pepe siguió conduciendo en dirección Sur, mientras Faly iba preparando bocatas en la parte de atrás del coche, para que no perdiéramos tiempo parando a comer.



Poco después cruzamos el río Gambia y nos desviamos por la carretera que une Velingara, Kolda y Ziguinchor, indicada en el mapa Michelín de color amarillo, como carretera secundaria, pero sin duda como la mejor opción y la más directa, un recorrido de unos cuatrocientos kilómetros, que se interna en la Casamance entre el río del mismo nombre y la frontera de Guinea-Bissau.




Nada más empezar este tramo comenzaron los baches. El paisaje era cada vez más selvático, salpicado de pequeños poblados, muy bonito, pero la carretera reclamaba cada vez mas nuestra atención, aunque de momento aún podíamos mantener una velocidad media aceptable. Y así, poco a poco, pasamos Velingara, empezamos a ver algunos monos y pájaros de vivos colores en los árboles que había al borde de la carretera, recorrimos un tramo de unos veinticinco kilómetros en perfecto estado, nos pararon en un control  policial donde nos pidieron por primera vez nuestro carísimo passavant, y llegamos a Kolda.






Podríamos habernos quedado en Kolda, pero aún con la carretera en mal estado creímos que tendríamos tiempo suficiente para llegar de día a Zinguinchor. Se supone que no debíamos conducir de noche por las carreteras de Casamance porque se han dado casos de bandidaje en las zonas cercanas a las fronteras de Gambia y Guinea-Bissau, y de hecho no pensábamos hacerlo, pero el camino se nos hizo muy largo. Al salir de Kolda la carretera se estrechaba un poco más debido a la densidad de vegetación, seguía bacheada, empezamos a ver grandes cantidades de agua, tanto del río Casamance y sus afluentes como de la lluvia, que empezaba a hacerse presente de forma cada vez más continua y persistente. Poco a poco los baches se iban convirtiendo en socavones, y la carretera empezaba a estar flanqueada por arcenes de tierra que utilizábamos para evitar los hoyos cada vez más llenos de agua. Iban pasando los kilómetros y Pepe, que iba conduciendo desde la mañana, ya empezaba a estar demasiado tenso, así que continué conduciendo yo, tratando de que la velocidad media no cayera demasiado, pero por mucho que pasara rápido por encima de los baches, ya había lugares en los que parecía que la carretera había sido pasada bajo fuego de mortero, y tenía que ir casi al ralentí para evitar una avería grave, de hecho nos encontramos con algún que otro vehículo roto en los socavones.






Aún faltaban cien kilómetros para nuestro destino cuando empezó a caer la noche y ya no había vuelta atrás. Poco a poco íbamos avanzando, cuando al circular por el arcén de tierra observamos que la luz que proyectaban los faros del coche iluminaban un obstáculo, que al principio nos pareció un tronco, pero que enseguida notamos que se movía y era en realidad una enorme serpiente pitón que se internaba en el bosque sin que nos diera tiempo a sacarle una foto. Luego pasamos por el pequeño pueblo de Bigona, pegado a la frontera de Guinea, donde nos adelanto una pick-up a toda velocidad, a la que intenté seguir, pensando que conocía el camino y que por eso pasaba rápido sobre los baches, pero a la vista de que era demasiado arriesgado bajé el ritmo. Para mi sorpresa, poco después la encontramos parada al lado de otro vehículo, pero cuando iba a adelantarlos resulta que se trataba de un control militar y nos obligaron a esperar a la cola. Nos preguntaron si llevábamos armas y a donde íbamos, echaron una ojeada al interior del vehículo y nos dejaron continuar, supongo que extrañados de ver a unos extranjeros por aquella carretera infernal a aquella hora de la noche. Los últimos cincuenta kilómetros se nos hicieron eternos, queríamos llegar a cualquier hora, pero llegar. Pasamos el pequeño pueblo de Adéane, y una hora después, a las 23.30 horas, estábamos en Ziguinchor. Nos alojamos en el hotel Les Jardins du Flamboyant, un lujo que nos habíamos ganado merecidamente. Pepe y yo fuimos a cenar a un restaurante al lado del hotel, mientras Faly, que tenía el cuerpo como si hubiese pasado seis horas en una batidora, se fue directamente a la cama. La verdad es que no se perdió gran cosa, salvo por lo surrealista que resultó, porque después de preguntar en el restaurante si aún podíamos cenar, ya que era casi medianoche, nos dijeron que sí, nos trajeron la carta, empezamos a pedir comida, pero el camarero nos decía que no a todo, así que le preguntamos directamente que podíamos cenar, nos dijo que había carne y pizzas, pedimos pizzas, pero ya no había pizzas, entonces sólo había hamburguesas con chawarma de carne, que fue lo que finalmente pudimos cenar, y nos fuimos a dormir nosotros también.


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El día 16 de agosto nos levantamos un poco más tarde de lo habitual, como no podía ser de otra forma. Fuimos a desayunar al mismo sitio donde habíamos cenado, afortunadamente con más éxito esta vez. Luego fuimos a cambiar dinero al banco porque se nos estaban agotando los francos cefa, y llevamos el coche a una estación de servicio para su repostaje, lavado y engrase. Al mediodía nos fuimos a Cap Skiring por una carretera de verdad, con buen firme, sin baches, bien pintada y señalizada, todo un lujo. Es la principal vía de comunicación que atraviesa la Baja Casamance recorriendo unos cuarenta kilómetros entre bosques tropicales, manglares y poblados diolas. Al llegar a Cap Skiring buscamos un acceso a la playa, pero nos costó encontrar alguno, de hecho recorrimos otros quince kilómetros en paralelo a la costa hasta Diembéring y todo lo que encontramos fueron accesos a hoteles y otros alojamientos turísticos, además de algunas ceibas (fromagers) impresionantes. De vuelta a Cap Skiring conseguimos encontrar un camino que nos permitía acceder libremente a la playa, un arenal absolutamente vacío, entre otras cosas porque volvía a llover de forma intermitente.








Después de haber curioseado por la parte más turística de Casamance, a media tarde nos fuimos hasta Oussouye, deshaciendo la mitad del camino recorrido por la mañana. Allí pensábamos pasar la noche en el Campament Villageois, pero como aún era temprano, continuamos por una carretera nueva que une Oussouye con M'Lomp y Elinkine, donde finalmente nos quedaríamos a pasar la noche, porque nos gustó mucho el Campament Touristique, situado ante la isla de Carabane, y además se acercaba una tormenta espectacular. Como empezó a llover, nos cobijamos en el restaurante, y mientras esperábamos por la cena, entablamos conversación con los chicos encargados del campamento, en la forma típica africana, es decir, mezclando idiomas y traduciendo unos a otros lo que creemos haber entendido de lo que otro ha dicho, y así nos enteramos de que la ruta alternativa para ir Kolda desde Ziguinchor ya no era una pista como aparece en el mapa, susceptible de ser impracticable en época de lluvias, sino una nueva carretera como la de Oussouye a Elinkine. Se nos hizo de noche entretenidos con la charla y volvimos a cenar pescado, como era ya casi costumbre. Esta vez no había elección, pero hay que decir que estaba bueno. Mientras tanto, la tormenta era cada vez más fuerte y se fue la luz, y con ella el aire acondicionado de las habitaciones. Nos fuimos a dormir con la tormenta en todo su apogeo, así que con la ventana abierta y el viento que soplaba no echamos en falta el aire acondicionado.

  








El día 17 de agosto nos levantamos muy temprano para salir justo antes del amanecer y tener tiempo para salvar en lo posible los posibles imprevistos de las carreteras de la Casamance. La magnífica carretera que habíamos recorrido el día anterior mostraba las consecuencias de la tormenta de la noche anterior, por lo que tenía que conducir con cuidado para evitar las ramas caídas de los árboles. Al llegar a Ziguinchor cruzamos el puente sobre el río y nos dirigimos a la Casamance Nord, pasamos el cruce de Bignona siguiendo la muy transitada carretera transgambiana hasta pasar Bounkiling, no sin antes hacer cola en un par de controles militares, y luego nos desviamos hacia el Sur por la nueva carretera en dirección a Kolda, a donde llegamos al mediodía. Paramos un rato a comprar algunas cosas para comer por el camino y continuamos hacia Velingara volviendo a sufrir los baches que ya conocíamos de un par de días antes. El resto del camino hasta Tambacounda fue mejorando y llegamos a media tarde, así que para aprovechar el tiempo decidimos acercarnos al parque Nacional Niokolo-Koba.



En la oficina que hay en la entrada del parque en Dar Salam, nos informaron de que el único alojamiento abierto en el parque era el hotel Simenti, que no se podía circular por las pistas del interior ni siquiera con guía por los desbordamientos del río Gambia y sus afluentes debido a las lluvias, y que la mejor época para visitarlo era en el mes de enero. Como la carretera continuaba hasta Kedougou, en la frontera con Guinea-Conakry, atravesando el parque durante casi cien kilómetros, decidimos seguirla por si teníamos suerte y podíamos ver algún animal, y también por llegar al País Bassari, aunque sólo fuera para ver el paisaje. No vimos más que monos y pájaros de vistoso plumaje, como un par de días antes en la infernal carretera que atraviesa la Casamance entre el río del mismo nombre y la frontera con Guinea-Bissau, pero el recorrido era muy agradable, y al salir del parque nos encontramos con la silueta de las montañas del País Bassari, algo muy distinto al resto de Senegal que es absolutamente llano. Como llegamos a Kedougou cuando aún nos quedaban un par de horas de luz, decidimos adentrarnos por la pista que va hasta Salémata, en busca de la catarata de Dindefelo, pero no habíamos pensado llegar tan lejos y no sabíamos exactamente donde estaba, así que cuando conseguimos una información clara y fiable resultó que ya era casi de noche.






Nos dimos por satisfechos con haber llegado tan lejos en tan poco tiempo, y decidimos ir a buscar donde dormir en Kedougou. Ya de noche fuimos a ver un hotel que resultó demasiado cutre y caro, así que continuamos por la carretera con intención de parar en un Campament Touristique al borde del río, que habíamos visto anunciados a la ida en Mako, a unos veinte kilómetros, pero al llegar a la pista de acceso, está se bifurcaba y el camino no estaba claro. A la vista de la situación, o volvíamos a Kedougou o seguíamos doscientos kilómetros hasta Tambacounda, y Pepe despejó la duda, él conducía en ese momento, no se encontraba cansado y estaba dispuesto a seguir, sobre todo porque era la mejor opción ya que conocíamos la carretera y nos acercaba a nuestro próximo destino. Al final del día superamos los mil kilómetros recorridos, llegamos a Tambacounda casi a medianoche y encontramos enseguida el hotel Keur Khoudia, donde nos alojamos sin perder un minuto.


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El día 18 de agosto nos levantamos sin prisas y desayunamos en el hotel. A partir de ese momento comenzaba nuestro regreso a España. Partimos hacia Kidira, a donde llegamos al mediodía sin más problema que el mal estado de la carretera en los últimos kilómetros del recorrido. Desde allí subimos por la carretera que bordea el río Senegal, parando primero en Bakel para comprar viandas, y continuando después hacía Ouro Sogui por una carretera que empeoraba por momentos, recordándonos las aventuras de Casamance. Y así seguimos toda la tarde, dando botes camino de Podor.





Se nos hizo tarde y renunciamos a visitar la isla de Morphil. En su lugar fuimos hasta Saint-Louis y nos dimos un homenaje alojándonos en el hotel de La Poste y cenando en el restaurante Flamingo.


El día 19 de agosto era día festivo en todos los países islámicos con motivo del final del mes de Ramadán. En principio no debíamos tener problemas para pasar la frontera por la presa de Diama, así que desayunamos tranquilamente en el hotel y partimos hacia Mauritania, pero al llegar al puesto fronterizo el gendarme nos dijo que no íbamos a poder pasar porque la pista estaba cerrada desde hacía dos días debido a las últimas lluvias. Hizo unas llamadas para confirmar que la pista seguía inundada y nos dijo que si queríamos pasar la frontera teníamos que ir a Rosso, justo lo que queríamos evitar, pero nos dijo que no nos preocupáramos por el retraso (los visados de Pepe y Faly para Mauritania vencían al día siguiente), que al llegar al puerto preguntáramos por un policía cuyo nombre y teléfono nos facilitó, para que nos diera preferencia a la hora de embarcar en el transbordador, avisándole el mismo por teléfono de que íbamos para allá. Sorprendidos por la amabilidad de este funcionario nos fuimos a Rosso, entramos al puerto tratando de deshacernos de los buscavidas, pasamos los trámites fronterizos justo a tiempo de intentar pasar en el siguiente viaje del transbordador que estaba a punto de llegar, pero no iba a ser fácil. Mientras Pepe localizaba al policía que nos tenía que dar preferencia, yo trataba de librarme de los buscavidas que no querían dejarme pasar porque me estaba colando. Finalmente, le di diez mil ouguiyas (unos 25 euros) al encargado del aparcamiento, quien inmediatamente me abrió paso hasta situarme el primero de la fila, colocándome además a un colega suyo para que me ayudara con los trámites al otro lado de la frontera, a quien por supuesto habría que pagar aparte. Enseguida llegó Pepe que ya había hecho las gestiones con el policía que controlaba el embarque, y con todos los papeles en regla subimos al transbordador y cruzamos a suelo mauritano.


Con ayuda de nuestro guía fronterizo fuimos de oficina en oficina realizando rápidamente casi todos los trámites, pero al llegar a la aduana estaba cerrada. El encargado se había ido a comer y no regresaba hasta las cuatro o las cinco. Allí nos pasamos más de tres horas hasta que el aduanero tuvo a bien regresar, y otra hora más mientras esperamos a que saludara a medio puerto y se pusiera a trabajar. Para colmo nos quería cobrar el doble por el passavant porque era festivo, pero todos los que estábamos allí nos negamos. Al final pudimos irnos, no sin antes soltar otras diez mil ouguiyas a nuestro "asistente". Era media tarde, y después de todos los inconvenientes habíamos logrado nuestro principal objetivo y teníamos tiempo de llegar de día a Nouackchott. Esta vez si conseguimos alojarnos en la Maison D'Hôtes Jeloua, aunque la única habitación que quedaba no tenía aire acondicionado. Cenamos en una pizzería y dormimos incómodos porque hacía mucho calor.


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El día 20 de agosto desayunamos en el hotel y fuimos directamente hacia la frontera con Marruecos. Recorrimos los algo más de cuatrocientos kilómetros de distancia sin hacer más que un par de breves paradas, la última de ellas en el cruce donde se toma el desvío a la frontera, porque habíamos adelantado minutos antes al tren que lleva el mineral de hierro de las minas de Zouerat al puerto de Nouadhibú, y queríamos verlo pasar de cerca. Tres máquinas tiraban de casi doscientos vagones y tardaron algo más de tres minutos en pasar ante nosotros.


Continuamos hasta el puesto fronterizo mauritano, realizamos los trámites con rapidez y sin problemas, cruzamos la tierra de nadie, y en la parte marroquí nos demoramos más de dos horas porque el coche, al igual que lo hacen los camiones, tuvo que pasar por el escáner. A media tarde ya estábamos de camino a Dakhla, buscamos alojamiento, fuimos a cenar al restaurante Samarkanda, luego a tomar un té con pastas y a dormir.



El día 21 de agosto fuimos a desayunar al centro de Dakhla y luego dimos una vuelta en el coche pasando por el puerto, el faro y la playa de la costa occidental de la península. Al mediodía partimos hacia El Aaiún. Hicimos alguna parada breve para comer, que aprovechamos para ver el paisaje al borde de los acantilados, y continuamos camino.


Al acercarnos a Bojador recordamos el pequeño incidente de la ida con el gendarme del puesto de control situado al Sur de la ciudad, pero esta vez no estaba allí, y no tuvimos ningún problema. Paramos en una peluquería del centro para que Pepe se sometiera a un afeitado muy apurado, con el que perdió el glamour del viajero africano, y luego seguimos viaje. Al pasar El Marsa la temperatura fue subiendo rápidamente y el cielo se fue oscureciendo. A medida que nos acercábamos a El Aaiún el polvo en suspensión reducía la visibilidad como si fuera una espesa niebla y el calor superaba los cuarenta grados. Entramos en la ciudad, buscamos hotel, y salimos a cenar ya de noche con un calor sofocante. Después, como había refrescado un poco, o nos habíamos acostumbrado al sofoco, fuimos a dar una vuelta por la ciudad antes de retirarnos a dormir.


El día 22 de agosto al amanecer aún hacía mucho calor, así que decidimos ir a desayunar a Tarfaya, donde se estaba mucho mejor. Luego dimos un paseo por la playa hasta la Casa del Mar, construida por los ingleses en el siglo XIX con fines comerciales, y visitamos el museo dedicado a Antoine de Saint-Exupéry, escritor y pionero de la aviación trasatlántica, situado al lado de la playa y del antiguo aeródromo.


Después dejamos Tarfaya y nos acercamos a contemplar la ría de Naïla, que actualmente forma parte del Parque Nacional de Khenifiss, seguimos hasta Sidi-Akhfennir donde repostamos por última vez a precio saharaui, pasamos el último control del Sahara Occidental en Tan-Tan, y al llegar a Guelmin nos desviamos por la carretera de la costa para ir a Sidi-Ifni, a donde llegamos a media tarde. Nos alojamos en el Hotel Suerte Loca y fuimos a la playa, a disfrutar de las olas, a pesar de lo fría que estaba el agua. Cenamos en el restaurante del hotel y dimos un paseo nocturno como ya era habitual.




El día 22 de agosto bajamos a desayunar al restaurante del hotel y después partimos hacia el valle del Paraíso y las cascadas de Immouzzer des Ida Outanane, al norte de Agadir, a donde llegamos poco después del mediodía. Tomamos el desvío hacia las montañas y empezamos a ganar altura atravesando el espectacular valle del Paraíso por una estrecha carretera, hasta llegar a Immouzzer des Ida Outanane. Buscamos las cascadas, pero desafortunadamente sólo encontramos un hilillo de agua. Al menos nos quedaban las vistas del recorrido, así que continuamos por la misma carretera hasta llegar al enlace con la autopista a Marrakech.



Al anochecer llegamos a la plaza Djemma el-Fna, y nos alojamos en un hotel cercano. Cenamos en los aledaños de la plaza, luego dimos un paseo por toda la zona, y fuimos a tomar el té a una terraza, un lugar muy agradable, con unas estupendas vistas, pero muy caras.


El día 23 de agosto desayunamos en el restaurante ubicado en la terraza del hotel, justo enfrente de la Koutoubia. No había prisa. Nos quedaban unos seiscientos kilómetros, casi todos de autopista, así que al anochecer llegamos a Ceuta. En total habíamos recorrido más de diez mil kilómetros. Lo celebramos adecuadamente cenando en Casa Ángel, el mismo lugar donde lo habíamos hecho la primera noche.