jueves, 25 de septiembre de 2008

Una bajada a Mali

Ale y yo salimos de Melilla al mediodía del día 2 de agosto de 2008. No sé como demonios tardamos tanto en cargar el coche. Dos personas, equipaje para tres semanas, una caja con comida para los días de acampada, la tienda, los sacos, el botiquín, la documentación, el material de desatasco para el coche... En fin, que era tarde, en la frontera de Beni Enzar había una cola kilométrica, y tardamos más de dos horas en pasar a Marruecos. Pronto dejamos atrás Nador, paramos un momento para comer algo de lo que llevábamos, tomamos rumbo a Alhucemas por la carretera nueva, pasamos de largo, y atravesamos el Rif de un tirón. Llegamos a Xauen a las 20.30 horas, después de 400 kilómetros de carretera de montaña. Pensaba dejar el coche al lado de la plaza Uta al-Hammam, pero la zona de aparcamiento estaba en obras, y acabé dejándolo al otro lado del río, así que tras negociar el precio con el guardacoches, metimos cuatro cosas en una mochila y nos fuimos andando hasta el Hotel Shams, pequeño, limpio, barato y a unos 150 metros de la plaza, donde se concentra todo el bullicio de la ciudad. Tardamos unos veinte minutos en encontrarlo, entretenidos por el camino con varias ofertas para fumar el hachís rifeño, que iba rehusando amablemente. Cansados y con hambre, fuimos a cenar a la terraza de la última planta del Salon Aladin, con vistas a la plaza. Después dimos un paseo por la ciudad, tan preciosamente azul como siempre, hasta que el cansancio acumulado por la tensión del primer día de viaje empezó a hacer mella en nuestro ánimo, y nos fuimos a dormir.


Por la mañana del día 3 de agosto, después de desayunar en la plaza mientras los primeros rayos de sol asomaban entre las montañas, partimos hacia las fuentes de Aïn Lahcen, cerca de Tetuán, en la carretera que va hacia Tánger. Era el punto de encuentro en el que habíamos quedado un grupo de desconocidos, cuyo único punto en común era el haber participado en un hilo de la sección de viajes del foro4x4.com, que AOV había titulado literalmente "Hola, me presento y propongo una bajada a Mali", en el que invitaba a todo el mundo a acompañarle en un viaje en agosto hasta el territorio dogón, en la falla de Bandiágara.

Foto editada del álbum de Marc

A las once de la mañana ya habían llegado algunos de los compañeros de viaje, nos reunimos con ellos, esperamos al resto del grupo, y al mediodía, ya estábamos todos en marcha hacia Larache, donde comimos y empezamos a conocernos, delante de unas bandejas repletas de pescado frito y a la parrilla. El centro de la ciudad estaba todo levantado por las obras que afectaban a la plaza principal y a las calles adyacentes, pero eso no nos impidió dar un paseo por la medina después de comer, haciendo planes sobre el viaje, que pronto nos dimos cuenta que sólo servían como referencia, porque viajar no es lo mismo que ir de un sitio a otro.

Foto editada del álbum de Marc

Aunque sabíamos que en cada vehículo viajábamos con autonomía y que no hacía falta ir todos juntos en fila india, teníamos todos a AOV, ahora ya Antonio, como guía y referencia, porque había vivido muchos años en África Occidental, conocía muy bien los lugares que íbamos a recorrer, y además era el que nos había liado a todos, con nuestra interesada colaboración, todo hay que decirlo.

Foto editada del álbum de José Luís

Volvimos a los coches y enfilamos la autopista hacia Rabat, a donde llegaríamos a media tarde. Tras cruzar la ría que separa Salé de Rabat, nos dirigimos hacia el fuerte de los Oudayas, pero mientras la mayoría fue parando por allí, yo me pasé la zona de aparcamiento, Carles me siguió, y fuimos a parar medio kilómetro más allá, delante de la playa.

Foto editada del álbum de José Luís

Había un campeonato de surf, y por allí nos quedamos un rato paseando por la arena, disfrutando del ambiente playero y festivo, en fin, en plan turista. A pesar de que se estaba levantando una bruma bastante espesa, la playa estaba llena de gente, unos bañándose, otros jugando en la arena y otros tratando de seguir las evoluciones de los surfistas sobre las olas.


El tiempo iba pasando plácidamente. Volvimos a donde habíamos aparcado y nos dimos cuenta que estábamos en la puerta de la inmensa necrópolis de Rabat. Era tan impresionante ver las innumerables tumbas reposando sobre la ladera de la colina que se elevaba desde el mar, que fuimos a dar un paseo por el interior del recinto. Luego ya continuamos camino hacia Marrakech, o al menos eso creíamos, porque después de repostar en un área de reposo de la autopista, donde coincidimos y charlamos un rato con José Luis y María José, nos despedimos con un hasta luego, que sería hasta un par de días después. Pasamos el peaje que estaba a pocos metros, y al cabo de diez minutos me di cuenta de que todos los carteles indicaban la dirección de El Jadida. Había dejado atrás el desvío a Marrakech sin darme cuenta y Carles me seguía sin enterarse de lo que pasaba, así que continuamos hasta El Jadida. Allí había una invasión de peatones con aire festivo por las calles principales. Cuando pudimos parar le dije a Carles lo que había pasado, pero como él apenas había dormido la noche anterior, y se mantenía despierto a base de sustos, ni se había enterado. Entonces, decidimos buscar alojamiento allí mismo, empezamos a circular por las calles del centro, y Montserrat, que estaba más despierta que ninguno, localizó un hotel donde quedaba una habitación para cuatro, y allí pasamos la primera noche fuera de la ruta prevista.

Foto editada del álbum de Carles

El día 4 de agosto, con Carles muy recuperado después de ocho horas de sueño, desayunamos al lado del hotel, y sin perder tiempo, retomamos la autopista, recuperando el rumbo correcto y llegando a Marrakech de un tirón. A medida que nos acercábamos hacía más calor, llegando a los 44º que había en el aparcamiento del Marjane, a donde fuimos a comprar algunas cosas. Luego improvisamos un picnic bajo un olivo de los jardines de La Menara, a 42º a la sombra, mientras nuestros compañeros de viaje nos hacían saber por SMS que estaban comiendo en el paseo marítimo de Agadir bastante más fresquitos y con la playa al lado.


Nosotros aún teníamos tres horas por delante por el camino más corto o cinco por otro más largo pero mucho más atractivo. No podíamos perder tiempo, así que tomamos el camino más largo para atravesar el Atlas por el Tzi-n-Test. A medida que subíamos refrescaba un poco y el paisaje era la recompensa por el rodeo que estábamos dando.


Mientras subíamos alegremente por una carretera que iba ganando altura poco a poco, pinché una rueda sin enterarme hasta que la llanta estuvo pegada al suelo. Fue la oportunidad para que Carles estrenara su gato inflable, que aunque estaba pensado para elevar el coche en superficies blandas, también servía en este caso.

Foto editada del álbum de Carles

Mientras cambiábamos la rueda, Ale tenía tiempo de hacer amistades y Montserrat nos contaba las noticias que llegaban por los SMS del resto del grupo, que se aburrían de tanto bañarse en Agadir y se iban hacia Tiznit para buscar un lugar donde pasar la noche al aire libre.

Foto editada del álbum de Carles

Eso era una hora más de camino y se nos iba a hacer de noche, pero aún así la parada al llegar al Tizi-n-Test era obligada. Montserrat estaba encantada con el paisaje que se divisaba desde las alturas del Atlas.


Allí descansamos un poco antes de afrontar el vertiginoso descenso del puerto hacia Taroudant, por una carretera estrecha, pegada a la pared de la montaña por un lado y al vacío por el otro, con tramos muy bacheados, otros con sitios en los que no pueden cruzarse dos coches, tráfico de camiones, curvas de 180º, precipicios de cientos de metros, pendientes de más del veinte por ciento... Menos mal que era verano, porque si a todo lo anterior le añadimos la nieve...



Estábamos encantados con los paisajes de una hermosura indescriptible que podíamos disfrutar desde el Tizi-n-Test, pero el tiempo se nos echaba encima.


Con apenas un par de horas de luz solar por delante, iniciamos tranquilamente la bajada hacia Taroudant por los tramos más peligrosos de la carretera. Fuimos dejando atrás los pequeños pueblos que quedaban encajonados en los valles que formaban las montañas, hasta que enlazamos con la vía principal que bordea el Sur del Atlas. Mientras tanto, el resto del grupo ya estaba buscando un lugar cerca de Tiznit para disfrutar de la primera acampada en el desierto.

Foto editada del álbum de José Luís

Ellos terminaban de plantar el campamento al mismo tiempo que nosotros llegábamos a Taroudant. Nos separaban más de doscientos kilómetros y ya era noche cerrada.

Foto editada del álbum de José Luís

Carles no quería seguir conduciendo de noche porque ya tenía bastante con los días anteriores, y a mi tampoco me apetecía seguir otras dos horas, así que decidimos quedarnos a dormir en el Hotel Tiout de Taroudant, aunque aún tuvimos tiempo para dar un paseo por las antiguas murallas que rodean la ciudad. Los demás pasaron una noche magnífica en el desierto, pero nosotros también tendríamos la oportunidad de hacerlo en los próximos días.

Foto editada del álbum de José Luís

Al día siguiente, 5 de agosto, nosotros, bajamos a desayunar tranquilamente al bien surtido bufé del hotel.

Foto editada del álbum de Carles

Pero el grupo principal se despertó en un escenario fantasmagórico, envuelto en una densa y fría niebla.

Foto editada del álbum de José Luís

Además, encontraron algún invitado inesperado bajo la tienda de campaña de José Luis y María José, que les impulsó a salir de allí inmediatamente.

Foto editada del álbum de José Luís

Después de reponer energías, busqué un taller donde me repararon el pinchazo, mientras Ale, Montserrat y Carles daban una vuelta por el zoco, y luego fuimos a la caza de los adelantados. Teníamos muchos kilómetros por delante y nos llevaban unas tres horas de ventaja, pero poco a poco fuimos dejando atrás primero Ait-Melloul y luego Tiznit. Paramos a comer algo antes de afrontar el Tizi Mighert, puerto de montaña por el que atravesamos el Anti-Atlas, y que después del descenso hacia el Sur por una estrecha garganta, nos deja a las puertas de Bouizakarne. A partir de ahí los tonos ocres del desierto iban imponiéndose por todo nuestro recorrido.


Pasamos por Guelmin sin despistarnos en los cruces, y continuamos hasta Tan Tan, encontrándonos ya algunas dunas que invadían la carretera, sobre todo por las inmediaciones del puente sobre el Oued Draa.


Ya nos estábamos acercando al grupo, pero antes que nosotros estaban llegando dos tipos que venían en moto y de los que sabíamos que venían de Valencia y que habían entrado a Marruecos por el puerto de Beni Enzar, al lado de Melilla, el mismo día en que los demás peninsulares entraban por Ceuta.

Foto editada del álbum de José Luís

A la entrada de Tan Tan, se encuentra el primero de los muchos controles de la Gendarmería por los que tendríamos que pasar a partir de entonces en todo el territorio saharaui. Allí, los parsimoniosos gendarmes marroquíes nos tuvieron más de media hora esperando mientras tomaban nota de nuestros pasaportes. Entretanto, nosotros cruzábamos mensajes en los móviles para ver donde estaban nuestros compañeros de viaje, enterándonos que estaban haciéndose fotos en las afueras del pueblo.

Foto editada del álbum de José Luís

Por fin nos reagrupamos todos en Sidi Akhfennir. Se habían unido al grupo los dos moteros, Paco y Miguel Ángel, con sus grandes BMWs, que habían hecho hasta entonces una ruta alternativa. No éramos los únicos.

Foto editada del álbum de José Luís

Mientras tomábamos un té, nos fuimos poniendo al día. No todos teníamos pensado llegar a Mali porque algunos no disponían de tiempo suficiente, así que el grupo iría reduciéndose poco a poco, pero de momento, allí estábamos Antonio con un Peugeot 505 de más de veinte años, al que se habían unido a última hora Maite y Mikel, porque su coche (otro Peugeot 505) rompió el motor, afortunadamente dos días antes de salir de España; María José y José Luis con un Toyota BJ73 que también pasaba de la veintena; Montserrat y Carles con un Toyota KDJ 120 con menos de un año; Marc y su padre con una Volskwagen California Syncro de la última generación; Paco con una BMW 1150; Miguel Ángel con una BMW 1200; Ale y yo con un Toyota KDJ 125 con poco más de un mes de rodaje; y faltaban seis valencianos que venían repartidos en dos vehículos 4x4 comprados de segunda mano para la ocasión, con los que nos encontraríamos al día siguiente en Tarfaya.

Foto editada del álbum de Carles

Éramos un grupo muy heterogéneo en todos los sentidos, pero nos íbamos a llevar muy bien. De momento nos acercamos todos a ver este curioso y enorme agujero provocado por la fuerza del mar, sin que ninguno fuese arrojado al vacío.


Tampoco hubo nadie que acabara en el fondo de un acantilado, aunque a algunos les gustaba acercase más de lo que la prudencia aconsejaba, y sin bajarse de la moto.

Foto editada del álbum de José Luís

Decidimos continuar por la carretera un poco más hasta que empezara a anochecer, y luego acampar en las arenas del Sahara para pasar la noche, pero antes íbamos a tener un pequeño contratiempo. El lugar elegido era tan atractivo para hacer diabluras con los todoterreno, que José Luis no pudo evitarlo y se fue a dar una vuelta el solo. Por allí lo veíamos de un lado para otro, hasta que ya casi de noche volvió hacia el campamento haciendo de las suyas y enterrando su Toyota en la arena.


Enseguida estábamos todos ayudando a desatascarlo, lo que nos llevó un buen rato cavando para retirar la arena, y un par de intentos tirando con la eslinga hasta que conseguimos devolverle el juguete al niño. Luego pudimos cenar alrededor de una fogata, bajo un cielo estrellado, mientras Antonio nos contaba historias africanas.


Foto editada del álbum de Marc

Foto editada del álbum de José Luís

Tras una noche tranquila cerca de la costa, el día 6 de agosto amaneció nublado. Nos fuimos desperezando lentamente porque casi hacía frío, lo que contrastaba mucho con los calores de los dos días anteriores, y con nuestros primeros movimientos también encontramos algún ejemplar de la fauna local, pero no tan inquietante como los del día anterior.


Enseguida nos acordamos que teníamos previsto recorrer ochenta kilómetros por la playa, entre Tarfaya y El Marsa, y ése era un plan que nadie quería perderse, así que aceleramos la intendencia.


Nos pusimos en marcha con ganas de guerra, sobre todo Carles, que ya estaba deseando aprovechar esta oportunidad de conducir durante casi todo el día fuera del asfalto.


La humedad y el frío de la noche habían dejado la arena perfecta para circular sobre ella. Salimos a la carretera sin problemas y fuimos a la ría de Naïla para averiguar como estaba la marea, que según entendimos por lo que intentaba explicarnos el guarda forestal, parece que estaba empezando a bajar. Además, el mar estaba tranquilo, el viento en calma y el día empezaba a despejarse, y ya nos permitía contemplar toda la belleza de la ría.


Todo era perfecto para nuestros planes. Dejamos Naïla y continuamos hasta Tarfaya. Las dunas invadían el tramo de carretera que une el pueblo con la carretera principal, pero las sorteamos hábilmente, hasta llegar a la playa. Allí al lado dejamos los coches y nos fuimos a dar un paseo por la arena mientras seguía bajando la marea.


Estuvimos haciéndonos fotos ante el monumento al aviador y escritor Antoine de Saint-Exupéry, que está situado en la misma playa, al lado de lo que fue la sede local de las Lignes Aériennes G. Latécoère, hoy reconvertida en pequeño museo dedicado también a Saint-Exupéry. Tarfaya, más conocida quizás como Cabo Juby por su ubicación geográfica, fue una de las escalas africanas de la citada compañía, pionera del correo aéreo entre Sudamérica y Europa, y en la que fue piloto el autor de El Principito.



Cuando vimos que la bajada de la marea permitía el acceso alrededor de los restos de la Casa del Mar, que construyeron los comerciantes ingleses de la Northwest African Company Imperial hace más de un siglo, fue la señal de que debíamos partir, pero no sin antes acercarnos al lugar para hacernos una idea de como sería la experiencia de permanecer en el interior de aquel caserón de piedra, con la marea alta y el mar embravecido a su alrededor.



Era mediodía cuando nos dirigimos un poco más al Sur, hasta una caseta de vigilancia en la que un guardia tomó nota de nuestros pasaportes y nos dejó pasar advirtiéndonos de que en cuanto empezara a subir la marea debíamos abandonar la orilla del mar por el primer poblado de pescadores por el que pasáramos, so pena de ser engullidos por el Océano Atlántico. Allí nos encontramos con los seis valencianos a los que aún no conocíamos y que iban a su bola. Entramos todos a la playa por una pendiente bastante pronunciada, con excepción de las motos que prudentemente prefirieron seguir por carretera, mientras nosotros disfrutamos de unos ochenta kilómetros de conducción sobre la arena, con una sensación de libertad absoluta.



Foto editada del álbum de Carles



Paramos varias veces cuando veíamos que alguno se retrasaba mucho, por si se quedaba enganchado en la arena, pero todos pasamos sin problemas, incluido el Peugeot 505, que se desenvolvía por la playa con una soltura increíble, ayudado por la arena húmeda y compacta que dejaba la marea baja, y que nos dejó a todos realmente sorprendidos en el tramo final, cuando abandonamos la orilla de la playa para volver hacia la carretera y la arena estaba mucho más suelta y traicionera. Esos últimos cinco kilómetros tratando de seguir una pista que se difuminaba en la arena fueron de los más divertidos de todo el viaje.


Al final salimos a la carretera en El Marsa y fuimos a comer a El Aaiún, para después lavar los coches en una de las gasolineras de las afueras. Luego nos reunimos a media tarde, encontrando unas motos conocidas a la puerta de un ciber-café. Dentro estaban Paco y Miguel Ángel conectándose con el resto del mundo, y gracias a ello nos enteramos de que se estaba produciendo un golpe de estado en Mauritania. Sorprendidos por la noticia y algunos algo inquietos por el futuro desarrollo de nuestro viaje, continuamos hacia el Sur pasando por la kilométrica cinta transportadora que serpentea por el desierto durante más de cien kilómetros, trasladando fosfatos desde la mina de Bou Craa hasta el puerto de El Marsa.


Un poco más adelante salimos de la carretera, nos adentramos un par de kilómetros en el desierto y plantamos el campamento al abrigo de una enorme duna en la que estuvimos haciendo el cabra un rato. Primero subimos todos con los coches por una ladera,  menos Marc que se quedó atascado en la arena nada más empezar. Luego, después de darle muchas vueltas a la idea, José Luis se tiró por la duna con su Toyota. Y Marc, no quiso ser menos, pero como no pudo subir con la furgoneta, se tiró el solito. Cuando nos cansamos de juegos ayudamos a Marc y a su padre a desatascar su vehículo, cenamos, y Antonio nos volvió a contar historias africanas alrededor de una fogata, otra vez bajo el cielo estrellado.


El día 7 de agosto amaneció y enseguida empezamos a preparar el desayuno y a levantar el campamento. Estábamos un poco preocupados por los acontecimientos de Mauritania., pero de momento seguíamos con los planes previstos. Antes de irnos, José Luis no estaba satisfecho con haberse tirado por la duna con el Toyota la tarde anterior, así que le dijo a María José que hiciera lo mismo para poder vivir él la experiencia como pasajero, y entre que sí, que no, que sí, que yo no lo hago, que síiiii, que no que me da miedo, que sí, que no, ¡aaaahhhhhh!


Luego volvimos a la carretera y continuamos camino hacia Dakhla. Paramos a repostar en Bojador, y volvimos a detenernos a unos veinte kilómetros al Sur, tras tomar un desvío hacia la playa, donde se había instalado un campamento de nómadas saharauis y podían verse varios barcos embarrancados.


Foto editada del álbum de Carles


Por fin en Dakhla, a donde llegamos justo para comer, pudimos darnos una ducha en un "cutreaparthotel", que ya iba siendo hora, y algunos hasta echaron una siesta. A media tarde nos reunimos todos para ver como afrontaríamos el resto del viaje. La mayoría decidimos seguir con el plan inicial y ser flexibles según viéramos la situación por nosotros mismos. Sin embargo, Marc y su padre nos dijeron que, si bien pensaban llegar en un principio hasta el cabo Tafarit, iban justos de tiempo y preferían disfrutar en Marruecos los días que les quedaban de vacaciones, a la incertidumbre de  no saber cual era la situación real en la frontera tras el golpe de estado en Mauritania. Luego, algunos fueron a la playa y otros estuvimos paseando por la ciudad y comprando algunos suministros.

Foto editada del álbum de Carles

Al anochecer cenamos casi todos en el Restaurante Samarkanda (Paco estaba ausente, indispuesto y muy ocupado yendo de la cama al baño y viceversa), donde dimos buena cuenta de una gran parrillada de pescado. Antes de irnos a dormir, nos despedimos ya de los chicos de la Volkswagen California, porque al día siguiente los demás teníamos que madrugar para pasar la frontera mauritana cuanto antes.


El día 8 de agosto salimos de Dakhla muy temprano, envueltos en una espesa bruma que se iría disipando poco a poco. Hicimos una primera parada para fotografiarnos, medio dormidos todavía, ante el cartel que señala la línea del Trópico de Cáncer.


Volvimos a parar un rato en el Golfo de Cintra para admirar las preciosas vistas, que se vislumbraban entre una bruma cada vez más ligera.



Y continuamos hasta la estación de servicio del Complexe Barbas, la última de esta carretera desértica en todos los sentidos. Allí repostamos los coches y los estómagos, y una vez preparados afrontamos los últimos noventa kilómetros que quedaban hasta Mauritania, mientras el día se iba despejando.


Los trámites fronterizos nos demoraron unas dos horas y media, entre la salida de Marruecos, la entrada en Mauritania, y los tres kilómetros alucinantes de tierra de nadie que separan los dos puestos de control, que cada uno pasa por donde puede procurando no alejarse del rumbo correcto, por aquello de que no queda bonito volar por los aires por pisar una mina después de un camino tan largo.

Foto editada del álbum de Carles

Teníamos poco más de doscientos kilómetros por delante para llegar a la playa del Cabo Tafarit, pero apenas iniciamos la marcha paramos para ver como pasaba este kilométrico tren que transporta mineral de hierro desde el interior del país al puerto de Nouadhibu.


Enfilamos la nueva carretera a Nouakchott, pero al poco tiempo volvimos a parar en una agencia de seguros para hacer los respectivos seguros mauritanos de nuestros vehículos, y una vez con los papeles en regla reanudamos la marcha a buen ritmo.


En un par de horas divisamos unas rodadas que salían del arcén y se adentraban en la arena. Ése era el lugar en el que teníamos que abandonar la carretera. Nos esperaban cuarenta kilómetros de desierto para llegar al mar. Tardamos poco más de media hora. Nos instalamos en una jaima y enseguida nos lanzamos a la playa a disfrutar de lo que parecía un inmenso jacuzzi marino. Luego, Antonio y Carles estuvieron volando sus cometas, Maite se fue de pesca, y otros dimos una vuelta por el Campement Cap Tafarit. Finalmente, cena, historias africanas y a dormir.


El día 9 de agosto me desperté al alba y fui a dar un paseo por la playa. El cielo estaba nublado y se notaba como el aire cálido del desierto se refrescaba con la humedad del mar. Aquéllo era un paraíso en medio del Parque Nacional del Banco de Arguín, en Mauritania, uno de los países más pobres del mundo, donde acababa de producirse un golpe de estado...


Ajenos a mis reflexiones, los demás aún dormían plácidamente en la jaima cuando regresé de mi paseo, pero poco a poco se fueron desperezando, y nos preparamos para una nueva jornada.


Foto editada del álbum de José Luís

Volvimos hacia la carretera de Nouakchott, unos por un lado, y otros por otro. Fue una mañana estupenda. Cuando nos perdimos de vista intentamos contactar con un walkie pero no fue posible, así que seguimos en dirección Este hacia la carretera, confiando en que nos encontraríamos todos allí. Seguíamos algunas rodadas, pero si alguien siguió las nuestras no sé que habrá pensado. Muchas eses, círculos, ligeros desvíos por sitios más divertidos...


Nos encontramos con unos trabajadores de una empresa de Canarias que estaban instalando una tubería para una desaladora, y nos dijeron que ya estábamos muy cerca de la carretera, llegamos a ella, y a los pocos minutos aparecen los demás un tanto alborotados.

Foto editada del álbum de José Luís

Antonio se había quedado atascado en la arena con su Peugeot 505 por primera vez en todo el viaje, y aunque salió con la ayuda del Toyota de Carles, el esfuerzo realizado provocó un calentón que a la larga traería consecuencias más graves.

Foto editada del álbum de José Luís

Esperamos una media hora para que el Peugeot se enfriase un poco, mientras nos hacíamos fotos, y después continuamos viaje a la capital.

Foto editada del álbum de José Luís

Foto editada del álbum de José Luís

Llegamos a Nouakchott un poco tarde para comer, pero nuestros amigos los moteros y el otro grupo de valencianos, que iban un poco a su bola, ya habían encargado una paella en el restaurante Al-Andalus, regentado por otro valenciano, al que habían encontrado por casualidad, así que no perdimos ni un momento. Luego nos instalamos en el Hotel El Amane, echamos una siesta aprovechando que había aire acondicionado, fuimos a cenar al restaurante Pizza Lina, y a descansar.

Foto editada del álbum de José Luís

El día 10 de agosto, después de desayunar en el hotel, cambiamos euros por ouguiyas, compramos algunas cosas en un supermercado, repostamos a la salida de Nouakchott y enfilamos la "carretera de la esperanza", que también podría llamarse "carretera de las vacas muertas". Paramos a comer en el albergue-hotel de Boutilimit. Ya estábamos bordeando el desierto del Sahara por el Sur. La carretera enlaza las poblaciones del Sahel a lo largo de unos mil doscientos kilómetros.


El paisaje iba cambiando poco a poco y de vez en cuando el color verde trababa de imponerse.


Éste creo que fue el único día en que las motos nos acompañaron durante todo el recorrido.



Las cunetas de la carretera de la esperanza exhibían con frecuencia los cadáveres de animales, que ahí se quedaban pudriéndose poco a poco hasta que se desintegrasen por el simple paso del tiempo.



Las motos que paraban a repostar con mayor frecuencia que nosotros, eran siempre un espectáculo que atraía sobre todo a los niños.

Foto editada del álbum de José Luís

Al anochecer llegamos al paso de Djouk y acampamos en el palmeral. Pasamos la noche más calurosa de todo el viaje. La temperatura no bajó de treinta y dos grados.


Foto editada del álbum de José Luís

El día 11 de agosto, al amanecer, nos visitaron unos cuantos niños del pueblo más cercano, a los que repartimos unas camisetas que nos había dado Marc por si surgía una ocasión como ésta.

Foto editada del álbum de Carles

Desayunamos y recogimos bajo la curiosa mirada de los lugareños, y continuamos camino hacia Kiffa, pero pronto tuvimos que parar porque la bomba del agua del Peugeot 505 empezaba a dar problemas.


A media mañana ya estábamos llegando a Kiffa, pero allí nos quedamos hasta bien entrada la tarde. Nos instalamos en el camping La Dune D'Or que hay a la entrada de la ciudad, y allí, a la sombra, pasamos varias horas hasta que el Peugeot 505 de Antonio estuvo en orden de marcha. La bomba de agua que conseguimos en Kiffa no era exactamente igual que la original (en realidad era de un Peugeot 504), los tornillos de la antigua no se  pudieron sacar todos porque se rompían, y una vez instalada se producía un rozamiento entre algunas piezas que posteriormente daría lugar a más averías, pero el coche siguió funcionando a pesar de todo.

Foto editada del álbum de José Luís

Foto editada del álbum de José Luís


A media tarde continuamos camino hacia Ayoum El Atrouss después de repostar a la salida de Kiffa. Habíamos salido de la gasolinera por separado, a medida que cada uno iba terminando, las motos iban delante, y yo las alcancé media hora más tarde, gracias a que pararon a contemplar un valle absolutamente verde que ya se interponía entre nosotros y el desierto, pero después de esperar un rato los demás no llegaban, así que como se nos iba a hacer de noche y queríamos dormir en un hotel, continuamos camino.


Al final se nos hizo de noche igual porque la carretera se había inundado por las lluvias en las inmediaciones de Tintane, y tuvimos que desviarnos por un camino de tierra, pero llegamos a Ayoum y encontramos el hotel del mismo nombre. Por supuesto que las únicas estrellas que tenía eran las que se podían ver desde la terraza, pero aunque no había agua caliente y el aire acondicionado era muy arcaico, pudimos ducharnos y pasamos la noche sin demasiado calor, aunque con mucho ruido. El resto de la tribu volvió a acampar otra noche más. Fue la última antes de llegar a Mali.

Foto editada del álbum de José Luís

Aún no eran las diez de la mañana del día 12 de agosto, cuando alguien llamó intempestivamente a la puerta de la habitación del hotel Ayoum en la que estábamos Ale y yo recogiendo el equipaje, mientras Azrhael y Miguel Ángel preparaban sus motos. Era Antonio. Muy madrugador él y el resto de la tribu, que habían acampado la noche anterior cerca de Tintane, ya nos habían alcanzado.

Foto editada del álbum de José Luís

Salimos enseguida hacia la frontera y al mediodía ya estábamos haciendo los trámites de salida de Mauritania en Kobenni. Unos kilómetros más, ya en territorio de Mali, pasamos el trámite fronterizo de Gogui, el más relajado de todo el viaje. El policía nos invitaba a hacer fotos y posaba él mismo, mientras un chico con una camiseta de Rammstein nos hacía los seguros para nuestros vehículos, y nosotros echados en unos cómodos sillones aborígenes.

Foto editada del álbum de José Luís

Luego continuamos unos pocos kilómetros más hasta la aduana de Nioro, para hacer los correspondientes pases turísticos de cada vehículo y pagar las tasas correspondientes. Ahí nos demoramos un poco porque el encargado de la oficina se había ausentado un momento (unas horas en realidad), pero afortunadamente alguien lo fue a avisar al pueblo y volvió a su puesto poco después (seguro que no esperaba turistas ese día). Cuando todos los conductores finalizamos los trámites aduaneros ya era hora de comer, así que decidimos salir de allí y buscar un lugar más tranquilo al borde de la nueva carretera a Bamako. Enseguida lo encontramos un poco más adelante, a la entrada de un poblado bambara, bajo un neré, un enorme árbol que nos proveía de una sombra impagable.


Foto editada del álbum de José Luís

El paisaje era verde a nuestro alrededor hasta donde alcanzaba la vista. Desde Ayoum el Atrous habíamos puesto rumbo sur, y en menos de doscientos kilómetros las arenas del desierto prácticamente habían desaparecido. Hicimos relaciones sociales con todos los habitantes del poblado, que nos invitaron a visitarlo. Después de comer, José Luis no estaba satisfecho con haberse subido, colgado y columpiado del árbol bajo el que habíamos hecho el picnic, así que fuimos en busca de un baobab gigante que no tardamos en encontrar al borde de la carretera, y allá se fue el muchacho a posar ante él.


Ya por fin íbamos camino de Bamako por una buena carretera, cuando el cielo se volvió plomizo, y cayó sobre nosotros una ola de agua que parecía un tsunami. Aflojamos un poco la marcha, pero no paramos (las motos que iban delante sí tuvieron que parar porque además del agua había rachas de fuerte viento). Tardamos casi una hora en atravesar completamente la enorme nube de lluvia monzónica.





Luego hicimos una pequeña parada para valorar la situación, porque aún faltaba mucho para llegar a la capital y pronto iba a anochecer, pero decidimos continuar. Llegamos a Bamako después de dos horas de conducción nocturna, nos fuimos a cenar a lo grande, y a dormir al Gran Hotel, donde se podía pagar con tarjeta, ¡qué lujo!


El día 13 de agosto nos levantamos un poco más tarde de lo habitual. Era jornada de relax, y claro, fuimos a desayunar al "Relax". Allí cenamos la noche anterior, por la mañana desayunamos y luego volveríamos a comer. También allí cambiamos euros por francos cfa. sin problema. Como dijo Antonio es un lugar muy socorrido, se come muy bien y se desayuna mejor (pastelería exquisita y nada empalagosa). De vuelta al hotel cada cual se fue a donde le dio la gana, a la piscina del hotel, a la sala de internet, al museo nacional, al mercado... Yo, por mi parte me fui a la habitación a echarme una siesta para recuperar la falta de sueño acumulada, y luego me instalé en el salón del hotel, y dediqué un buen rato a hojear una guía de Mali y a observar al personal. Después de comer, en el "Relax" por supuesto, nos despedimos de Paco y Miguel Ángel, que ya tenían que comenzar el viaje de vuelta, y los demás dejamos Bamako en dirección a Ségou, no sin grandes dificultades. El tráfico era infernal, algunos nos perdimos momentáneamente, pasamos de golpe del relax a la sobredosis de adrenalina. Por todas partes salían coches, motos, bicicletas, carromatos, motocarros, peatones... Menos mal que Antonio conoce la ciudad, que si no creo que habríamos tardado horas en salir de allí. Cuando terminamos de cruzar el puente sobre el río Níger el tráfico se fue haciendo más fluido, pero aún tuvimos un incidente con un policía que nos persiguió en la Mobylette para ver que era lo que estaba fotografiando Maite.


Cuando ya habíamos recorrido algo más de la mitad del camino, a la caída de la tarde, el maravilloso Peugeot 505 volvió a avisar de que algo no iba bien. Nada que no pudiese arreglar José Luis con el taller ambulante de su Toyota... Ahora le damos un poco con el soplete, vamos a pegar ésto con el pegamento ése, parece que está mejor, aprieta un poco más, prueba otra vez... Mientras tanto, entre la vista del verde paisaje y la escucha de la música del disco The Source de Ali Farka Touré, que había comprado por la mañana, seguía atardeciendo plácidamente, pero en cuanto reanudamos la marcha el cielo comenzó a cubrirse amenazando con otra descarga de lluvia monzónica.


Anocheció, pero pronto llegamos a Segou. Era impresionante ver las farolas de la ciudad con unas brillantes luces amarillas rodeadas de unas palpitantes nubes negruzcas. Mosquitos e infinitos insectos revoloteaban al lado de cualquier fuente de luz. Nos instalamos en el hotel, fuimos a cenar, y a la vuelta, a medianoche, algunos se quedaron en un bar donde la percusión sonaba con intensidad. Yo me acerqué un rato, y me quede asombrado al ver a un muchacho bailando una especie de breakdance al son de los darbukas y djembés. Parecía que estaba poseído por el diablo, pero eso no tendría mayor interés si no fuera porque al parar la música se quedó inmóvil en el suelo y enseguida le acercaron una silla de ruedas en la que le ayudaron a sentarse. Era increíble como podía mover todo su cuerpo al ritmo frenético que tocaban los músicos teniendo las piernas paralizadas. El ambiente invitaba a trasnochar pero... al día siguiente nos esperaban las pistas de tierra camino de Djenné.


El día 14 de agosto fue uno de los que más disfrutamos de todo el viaje. Salimos de Ségou después de desayunar alejándonos momentáneamente del Níger. Después de unos pocos kilómetros abandonamos la carretera para adentrarnos por las pistas de tierra que comunican los poblados ribereños en dirección a Djenné.


Por allí encontramos una caravana de ayuda humanitaria con el pedazo camión ése...


Pero nosotros seguimos a lo nuestro, disfrutando de un día magnífico, pasando por innumerables poblados con sus gentes enfrascadas en sus actividades cotidianas. El bucólico paisaje nos deparaba alguna que otra sorpresa en las pistas por las que pasábamos, ya que era temporada de lluvias, y encontramos algunas zonas encharcadas y embarradas, pero pasamos sin complicaciones.


En algunas de nuestras paradas pudimos observar varios termiteros, pero éstos nos llamaron la atención por su forma de seta y porque había campos llenos de ellos.


Después de pasar más de medio día por las pistas, las abandonamos cerca de San. Desde allí continuamos por carretera hasta el embarcadero de Djenné, pero antes de llegar tuvimos que hacer otra parada técnica en la cuneta para refrescar al Peugeot 505 de Antonio, que se había calentado en exceso. Al igual que en otras ocasiones, en cuanto nos parábamos un rato atraíamos la atención de la población local, sobre todo de los niños.


Cuando llegamos al embarcadero para cruzar el río hasta la isla de Djenné, el transbordador acababa de irse, así que tuvimos que esperar una hora hasta que regresara. Mientras tanto, otras barcas de pequeño tamaño trasladaban a la gente entre ambas orillas.


Otra vez rodeados de niños que curioseaban entre los turistas blancos, o intentaban vender collares, pulseras y otras baratijas, esperamos tranquilamente, curioseando nosotros también.


Cuando llegó nuestro transbordador se nos colaron varios coches, y después de una acalorada discusión, Antonio se bajo del burro muy a su pesar, y el transbordador partió, aunque sin el Toyota de Carles, que tuvo que esperar al siguiente.


Foto editada del álbum de José Luís

Foto editada del álbum de José Luís

Mientras cruzábamos vimos como se nos echaba encima la nube que iba a descargar la lluvia monzónica del día. Nos dio tiempo de llegar al hotel antes de que descargara.


Ya era de noche cuando empezó a escampar, pero después de dos horas lloviendo a manta, estaba todo encharcado, así que el paseo que nos íbamos a dar por Djenné lo dejamos para el día siguiente.


El día 15 de agosto por la mañana, cada uno andaba por Djenné a su aire, pero a todos se nos ofrecía algún guía, generalmente menor de edad y multilingüe, que quería mostrarnos el mejor lugar para fotografiar la mezquita, aunque yo me conformé con sacarle una foto a ras del suelo.


Pasado el mediodía volvimos al embarcadero para irnos a comer a Mopti. Al igual que el día anterior, después de un tramo de carretera, volvimos a las pistas de tierra, ahora por las riberas del río Bani, afluente del Níger. Entramos en Mopti callejeando, y nos plantamos en la terraza del restaurante "Bozo" con vistas al puerto fluvial.


Mientras nos preparaban la comida, Montserrat y Maite se aventuraron a cruzar en una pinaza a la ribera opuesta para darse una vuelta por el mercado, y nosotros, desde la terraza del restaurante, observábamos el trasiego de pinazas entrando y saliendo del puerto. Algunas eran espectaculares. Partían a plena carga ayudadas en la maniobra por otras más pequeñas, para llevar a personas y cargas entre los pueblos de las riberas del Níger. Después de dar cuenta de una típica comida de Mali, capitón del Níger acompañado de arroz blanco y salsa de tomate natural, que estaba todo buenísimo, dimos un paseo por el puerto, en donde encontramos un pequeño taller en el que se oía el soniquete de un martillo con el que hábilmente el herrero iba dando forma sobre el yunque a los clavos que se utilizan en la construcción de las pinazas.


Después volvimos a la carretera, y pronto llegamos a Bandiágara, territorio dogón. Más pistas, pero otra vez estaba anocheciendo... ¡Qué días más cortos! Apuramos el día hasta el final, pero como había luna llena, seguimos un poco más. Nos quedamos a unos diez kilómetros de Sanga. La falla de Bandiágara ya estaba allí mismo.


El día 16 de agosto, nos levantamos al amanecer, desayunamos, recogimos y en menos de media hora llegamos al Hotel-Campament La Guina. Volvimos a desayunar porque nos esperaba un trekking por la falla durante todo el día. José Luis no tenía muy claro eso de pasar todo el día andando, porque tiene la costumbre de ir a todas partes en coche, y se hacía el remolón en uno de los lugares agradables del hotel.


Enseguida preparamos una mochila con agua y algo para comer por el camino, y sin perder un minuto partimos tras un guía local, todos menos Antonio, que se quedó en el hotel revisando su Peugeot. Estábamos en la parte superior de la falla y nuestro objetivo era llegar a la parte baja a través de alguno de los pasos que lo permiten. Por el camino encontramos agua en abundancia.


Había zonas de vegetación exuberante.


Ale ya estaba cansada y aún no habíamos llegado al primer poblado dogón que se veía a lo lejos.


En el tramo más abrupto de la bajada descubrimos los pueblos que se asientan al pie de la falla.


Atravesamos varios poblados como éste.


La falla desde abajo es impresionante, pero el cielo empezaba a avisarnos de que fuéramos buscando cobijo.


El guía aceleró un poco el paso para llevarnos a un refugio en el siguiente poblado, porque la lluvia monzónica estaba a punto de hacernos su visita habitual. Después de descansar más de una hora mientras llovía, continuamos la marcha de vuelta al "campament" y cuesta arriba, menos mal que la lluvia había refrescado un poco el ambiente.


Esta pequeña catarata la vimos durante la mitad del camino de vuelta, a lo lejos parecía un hilillo de agua, pero de cerca era impresionante.


De vuelta en Sanga, fuimos al hotel, nos duchamos, cenamos, y después nos instalamos en el patio a disfrutar un rato de la noche africana. Cuando ya nos íbamos a retirar, nos dimos cuenta que la luna llena casi había desaparecido, y entonces reparamos en los lejanos cánticos que llegaban del exterior. Resulta que había un eclipse y las mujeres de los poblados vecinos habían salido a cantarle a la luna para que se dejara ver otra vez. Nos faltó tiempo para salir a ver que era toda aquella fiesta. Fue el momento culminante del viaje, porque al terminar el eclipse, la fiesta y la noche, nosotros empezaríamos el camino de vuelta. Y así, el día 17 de agosto, después de desayunar tranquilamente en el Hotel-Campament La Guina, recordando las vivencias de la noche anterior, partimos con una semana por delante para cubrir los cerca de seis mil kilómetros que nos separaban de España, dejando atrás la falla de Bandiágara y a sus gentes, que ya empezaban con su trajín diario.


Teníamos que hacer la vuelta en la mitad de tiempo que habíamos empleado para la ida, pero no había otra, ya que no teníamos más días de vacaciones. Este primer día del retorno llegamos hasta Ségou, sin prisa pero sin más pausas que las necesarias, alguna para comprobar el estado de la pista Sanga-Bandiágara en la que las lluvias de la pasada noche había dejado algunas zonas inundadas, la de la comida improvisando un picnic cerca de Mopti, otra para repostar, y eso fue todo. Pernoctamos en el Hotel Le Djoliba, el mismo de la ida.


El día 18 de agosto, partimos hacia Bamako bastante desganados ya que iba a ser nuestro último día en Mali. Comimos en la capital, en el Restaurante "Relax", por supuesto, mientras caía la tormenta del día. Luego nos pasamos la tarde conduciendo hasta la frontera de Mauritania, a donde llegamos al anochecer. Pensábamos ir a dormir a Ayoum El Atrous porque amenazaba lluvia, pero acabamos el último trámite fronterizo cuando ya era noche cerrada, y tras recorrer unos pocos kilómetros sorteando vacas, burros y otros cuadrúpedos que invadían la carretera despreocupadamente, tuvimos que detenernos ante un obstáculo inesperado: una sentada de vacas. Sí, había una manada de vacas echadas en la carretera como si fuera su cama. A la vista de lo peligroso que era continuar en aquellas circunstancias, y con el cielo amenazando tormenta, decidimos buscar un llano cerca de la carretera donde poder acampar. Pronto encontramos un lugar, que nos pareció adecuado, bajamos a comprobarlo de cerca con las linternas, hicimos un círculo con los coches, montamos un toldo enganchando los extremos a los coches, y montamos las tiendas en el centro, lo más protegidos posible. La tormenta pasó cerca, pero nosotros nos libramos.


El día 19 de agosto amaneció nublado. Enseguida empezaron a verse vacas por los alrededores. El prado en el que habíamos acampado parecía su pastizal favorito, porque cada vez venían más. Nos dimos prisa en desayunar, recogimos y nos pusimos en marcha. En poco más de una hora llegamos a Ayoum el Atrous, y desde allí, retomamos la carretera de la esperanza, esta vez de Este a Oeste. Paramos a comer en el camping de Kiffa, donde ya lucía el sol con fuerza. Por la tarde, el calor fue en aumento. El desierto estaba cada vez más cerca. El verde iba dando paso a toda una variedad de tonos ocres, hasta que empezó a oscurecer, a unos cien kilómetros de Boutilimit, donde paramos a dormir en el hotel-camping. La mayoría acamparon, pero Ale y yo preferimos dormir en el hotel y poder ducharnos, porque hacía mucho calor, estábamos cansados y queríamos dormir frescos si era posible.


El día 20 de agosto, después de haber dormido aceptablemente bien, nos dimos una ducha de agua fría y salimos a desayunar con un aspecto reluciente. Los demás, al vernos,  no pudieron evitar pedirnos que les dejásemos entrar a nuestro baño para ducharse, y por allí fueron desfilando uno a uno. Después, salimos hacia Nouakchott, a donde llegamos al mediodía. Paramos a comprar algunas cosas para comer por el camino y enfilamos la carretera hacia la frontera con Marruecos. Todo iba demasiado bien. Repostamos a mitad de camino, pensando que llegaríamos con tiempo suficiente para pasar la frontera y dormir ya en Marruecos, pero al rato, el Peugeot 505, que llevaba varios días aguantando con las reparaciones provisionales que le habíamos hecho, empezó a calentarse demasiado y hubo que parar. Nos echamos a un lado en el desierto, a cuarenta grados, con un viento bastante fuerte, para intentar reparar el coche y poder continuar. Mientras intentaban buscar una solución para que el Peugeot pudiera continuar al menos hasta la frontera, otros nos protegíamos del calor y el viento a nuestra manera. Ale me convenció para que dejara que Maite diera una vuelta en mi coche, con ella de pasajera, claro, para poder disfrutar del aire acondicionado, y por allí estuvieron dando vueltas un rato, hasta que Maite se cansó de dar vueltas, pero no del refugio que suponía el coche.


Este era el paisaje al atardecer en el Parque Nacional del Banco de Arguin, a unos cuarenta kilómetros del Océano Atlántico.


Después de más de dos horas, y tras una maravillosa reparación de emergencia en el desierto, el Peugeot estaba listo para seguir avanzando, aunque fuera más despacio, por lo menos hasta Marruecos, pero ya empezaba a anochecer, así que había que decidir donde dormir. En principio acordamos ir a Nouadhibu, pero como aún estaba bastante lejos, al final nos dividimos en dos grupos, uno compuesto por Carles, Montserrat, Antonio, Maite y Mikel acamparon al borde de la carretera, cerca del cruce donde hay que desviarse hacia la frontera, mientras que José Luis, María José, Ale y yo continuamos hasta Nouadhibu, y dormimos en uno de los apartamentos que tenía el primer camping que encontramos. Habíamos llegado a medianoche, tuvimos que regatear el precio, esperar a que buscasen sábanas limpias sin mucho éxito, pero no tuvimos que montar la tienda, y además pudimos ducharnos al día siguiente, lo que agradeceríamos más adelante.



El día 21 de agosto partimos temprano de Nouadhibu, y al igual que a la ida, volvimos a encontrarnos con el tren más largo del mundo, a punto de llegar a su destino.


En menos de una hora encontramos al resto del grupo esperándonos en el control de la gendarmería que hay en el desvío hacia la frontera, a donde llegamos enseguida. Tras el obligado papeleo en el lado mauritano, cruzamos la tierra de nadie hacia Marruecos.




Los aduaneros del lado marroquí estuvieron muy pesados y nos obligaron a descargar el coche, porque no quisimos darles nada por no hacer su trabajo, así que empezamos a sacar nuestros pertrechos tranquilamente, enseñándoles todo lo que llevábamos, hasta que se aburrieron y nos dijeron que podíamos irnos. Ya estábamos otra vez en el Sahara Occidental, y poco a poco íbamos dejando atrás los últimos carteles y montículos de piedras a los lados de la carretera, que avisan del peligro de las zonas minadas. Luego hicimos una parada en el Complexe Barbas para comer y descansar un poco del estrés de la frontera, y continuamos hacia el Norte. No nos desviamos a Dakhla para ahorrar tiempo, así que seguimos hasta Echtouacan, pero como allí no hay donde dormir, nos volvió a tocar camping en la playa.


El día 22 de agosto levantamos el campamento, ya por última vez, y continuamos camino hacia Bojador, El Aaiún y Tarfaya, donde paramos a comer un riquísimo guiso de pescado. Luego fuimos quemando etapas, hasta que anocheció. Repostamos por última vez a precio saharaui en Sidi Akhfenir. Nos despedimos de los controles en Tan Tan. Fuimos dejando atrás el desierto, y entramos ya de noche en Guelmin. Allí conseguimos alojamiento en un hotel barato, con baños compartidos, pero bastante limpio. Era la última noche que pasaríamos juntos, así que fuimos a cenar a una pizzería, y alargamos la cena hasta las tantas, recordando las vivencias del viaje y planeando otros posibles viajes africanos.


El día 23 de agosto, a pesar de que habíamos dormido poco, madrugamos más que nunca, salimos al amanecer y fuimos a desayunar a Tiznit. Después, continuamos hasta Agadir, empezamos a subir las primeras rampas del Atlas, fuimos ganando altura y pasando camiones, descansamos un rato en Imin-Tanoute, y seguimos hasta la entrada de Marrakech, donde paramos a comer en un chiringuito al borde de la carretera. Allí nos despedimos de Carles y Montserrat que se quedarían un par de días en Marrakech, antes de regresar a Barcelona. El resto tomamos la autopista y paramos en el último peaje antes de Rabat para despedirnos también. El resto del grupo seguiría por la autopista hasta Ceuta para cruzar la frontera esa misma noche, mientras Ale y yo nos desviaríamos hacia Fez para continuar por ahí hacia Melilla. Aún volveríamos a verles en la circunvalación de Rabat, justo antes de que nosotros tomaramos nuestra salida hacia Fez. Ya estaba anocheciendo, así que no llegamos ni a Fez. Tomamos la salida anterior en Meknés y fuimos a dormir al Hotel Ibis. Afortunadamente tenían una habitación libre para nosotros, cómoda, espaciosa, con agua caliente en el baño, aire acondicionado... Era la última noche de viaje y se podía pagar con tarjeta.


El día 24 de agosto, domingo, después de desayunar tranquilamente en el bufé del hotel todo lo que nos dio la gana, recogimos sin prisas, y salimos hacia Melilla. Paramos a comer en el área de servicio de Taourirt y llegamos a Melilla a media tarde. Habíamos recorrido once mil kilómetros en veintidós días.

Vídeo del canal de José Luís (dlacuadra)